Sin embargo, una cosa es reivindicar y valorar la vacunación como se merece y otra plantear o dejar caer o comenzar a abrir el debate sobre la conveniencia o no de que se cobren los servicios sanitarios a los ciudadanos que decidan no vacunarse, con el argumento de que su negligencia nos afecta a todos (y, en primer lugar, a ellos). Es el tipo de pregunta que ha estado en el ambiente en los últimos tiempos, incluso desde antes de la pandemia, y va abriéndose paso en una época caracterizada por el puritanismo, el culto a la salud (física, claro) y el control social. Se comienza preguntando si deben cobrarse los servicios sanitarios a los no vacunados que se atiendan en los hospitales públicos y se termina por abrir el debate sobre si atenderlos o no, dado que ellos se lo han buscado. Lo siguiente podría ser cuestionar si a los ciudadanos que no lleven a cabo prácticas saludables e ignoren las recomendaciones médicas (como los obesos o hipertensos cuando sean responsables de su dolencia y, por supuesto, los fumadores) se les debe cobrar los servicios prestados o, yendo más allá, si deben ser siquiera atendidos (o atendidos en último lugar). Y a los arriba señalados podrán sumarse, llegado el caso, los drogodependientes, los ludópatas o los alcohólicos, por no haber cuidado su salud como debían. Todos ellos gentes de mal vivir, débiles, viciosos o perezosos, malos ejemplos para nuestros jóvenes y, finalmente, apestados sociales. Esa gente que, pudiendo llevar una vida saludable, optó por caer en vicios insanos perfectamente prescindibles que debemos pagar los restantes ciudadanos con nuestros impuestos. Sé que exagero pero, una vez se empieza, no se sabe dónde se acaba.