La dictadura catalanista

El día 14 de diciembre a las 18.30 la activa, valiente, juiciosa y eficaz asociación Hablamos Español convoca frente al Parlamento catalán una pitada de protesta contra la dictadura lingüística de la Generalitat y sus consecuencias.

Los que iremos a manifestarnos lo haremos contra la imposición ilegal de la inmersión lingüística, porque defendemos la democracia, la Constitución y la libertad, pero es importante resaltar, como señala la convocatoria, que también lo haremos contra sus consecuencias, porque no todas las imposiciones ilegales tienen las mismas consecuencias y, en este caso, tanto o más importante que el indignante abuso de poder por parte de la Generalitat y sus instituciones son las nefastas consecuencias que conlleva la política sectaria e ilícita que se ha practicado en Cataluña en las últimas décadas.

Porque las consecuencias no son —como ha señalado torticeramente el ministro Garzón en unas declaraciones recientes— que se ponga en peligro al español, pues cualquiera coincidiría con él en que la lengua castellana goza de muy buena salud, sino que con sus palabras intente ocultar que lo que en realidad está en peligro son los derechos de los ciudadanos. A los castellanohablantes, y también a los catalanohablantes, en definitiva a todos los ciudadanos que viven y se educan en Cataluña, se les están robando sus derechos.

El hecho de que un gobierno ignore la ley y de que sus representantes no respondan ante la justicia es la señal inequívoca de que la democracia está dañada y que caminamos peligrosamente hacia una dictadura. Hay más consecuencias de esta dictadura lingüística como la división generada entre la población cuando el gobierno catalán se posiciona en contra de la ley, del mismo Estatuto catalán y de la última sentencia del Tribunal Constitucional.

Todavía hay catalanes que se resisten a poner en duda la autoridad de sus gobernantes, y con estas decisiones arbitrarias se les está obligando a tomar partido entre el Estado español y el gobierno autonómico. Y más consecuencias, como el odio, el señalamiento, el asedio, la marginación y la tentativa, muchas veces alcanzada, de expulsar de la comunidad a aquellos que se atreven a pedir, a exigir sus derechos

Otra consecuencia de esta dictadura lingüística es la privación del conocimiento de una lengua que es, además de propia, una herramienta de cultura, comunicación y progreso muy potente que nos une con millones de hablantes más allá de nuestro país. Y aún hay más, como la uniformización del alumnado catalán haciendo prevalecer el adoctrinamiento sobre el conocimiento. Podría seguir, pero ya no hace falta, pues este hecho escandaloso, que ha saltado a la prensa, del asedio a un niño de cinco años ha visibilizado una situación que se había logrado camuflar durante décadas.

Lo que ahora ha levantado una comprensible indignación es la personalización de este terrible problema en un niño de cinco años. Su inocencia, fragilidad, la vulnerable y a la vez heroica posición de sus padres han desvelado de manera descarnada lo que tantos decían no creer, aquello por lo que tantos habíamos sido acusados de mentir, exagerar o utilizar para fines ideológicos.

Nadie podía, o quería, creer que estuviésemos sufriendo de las supuestas “víctimas” catalanas un acoso y derribo de estas dimensiones. Ahora, por fin, ha quedado demostrado por qué no hay más familias que exigen para sus hijos la enseñanza en español a la que tienen derecho y que no solo les beneficiaría ellos sino a todos los escolares de Cataluña. Llegará el día en que los niños y los jóvenes de hoy nos exijan explicaciones a los que han provocado, o hemos permitido, que se les sustrajese una lengua, que también es la suya.

Hoy me resuenan en los oídos las supuestamente bien intencionadas palabras con las que nos han estado amonestando durante años a los que defendíamos el español en las aulas catalanas. «No hay para tanto, qué más da el idioma». «Siendo tan exagerado y belicoso no se consigue nada». «Hay que saber pactar, el diálogo es lo importante».

Siempre he defendido el derecho de las personas a recibir la enseñanza en su lengua materna —sean castellanoparlantes o catalanoparlantes —, por lo que no me parece intransigente protestar porque te arrebaten tu lengua en aras de la construcción de una nación imaginaria.

Si las lenguas fuesen nuestras piernas y alguien acordase que nos tienen que amputar una, ¿nos dejaríamos? ¿Nos avendríamos a que nos la cortasen sólo desde la rodilla, o desde el tobillo o quizás a que tan solo nos cortasen los dedos de los pies? ¡Yo no! Y ya pueden llamarme inflexible, intolerante o fanática.

Aprovecho estas líneas para hacer llegar todo mi apoyo a la familia de Canet y expresar mi admiración a los padres de un niño que cuando crezca se sentirá orgulloso de contar cómo lucharon por sus derechos contra viento y marea.

Artículo de Miriam Tey publicado en Economía Digital.

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