La democracia, como sistema político, tiene una gran fortaleza que, a su vez, es una gran debilidad. Me refiero a la inherente perfectibilidad de esta que hace de ella un sistema dinámico y, por tanto, cambiante. El problema radica en que, en el devenir histórico, en concreto en los tiempos cortos que nos decía Dumezil, si no se apuntalan los principios democráticos en el quehacer político, se deja espacio al populismo que entiende la democracia como un instrumento para alcanzar el poder y acabar con ella.