Las democracias también mueren

Los inesperados sucesos del Capitolio norteamericano han conmovido a la opinión pública mundial. Los ojos del mundo han visto cómo, una democracia tan asentada como la de Estados Unidos, puede desaparecer en horas.

Tradicionalmente, las democracias han perecido por golpes militares o por revoluciones. En cambio, en nuestros días, un sistema democrático puede destruirse sin disparar un tiro ni derramar una gota de sangre. Ejemplo cercano lo tenemos los españoles, cuando los separatistas catalanes dieron un golpe de Estado, ‘a cámara lenta’, simplemente aprobando en su Parlamento dos Leyes, seguidas de una declaración de independencia de ocho segundos. Todo ello, precedido de patrañas y en contra del Orden constitucional. A este tipo de golpe de Estado, el administrativista Santamaría de Paredes, de principios del siglo XX, lo llamó golpe “por astucia”, es decir, sin violencia física.

Actualmente ha cobrado vigor un movimiento político que encuentra su caldo de cultivo en el descontento social. Un activismo que se vale del engaño, el revanchismo y la irresponsabilidad de las élites. Se llama populismo, y es un agresivo cáncer de la democracia liberal o representativa.

El político populista se presenta al pueblo como un Mesías, como el remedio providencial a sus necesidades. El populista ofrece soluciones simples, pero seductoras, a los problemas sociales por arduos que sean.

El populista rechaza las instituciones. Quiere una interlocución directa con el pueblo, “los de abajo”. Le estorba el Parlamento, ataca a los Jueces, amaña el sistema electoral para asegurarse la reelección y, por supuesto, cercena los derechos y libertades civiles. El populista, además, arruina la economía y esquilma el país en nombre del patriotismo.

El político populista pone su empeño en tejer una tela de araña clientelar, trenzada de demagogia y subsidios, con los que somete a la población a su autoritarismo

El gobernante populista persigue sin descanso a la oposición, la atenaza y arrincona. Al populista le repele rendir cuentas y elimina, por eso, todo control. Sucede en Cuba y Venezuela; en Hungría y Polonia. Sea de extrema izquierda, sea de extrema derecha.

El populista utiliza la democracia para alcanzar el poder, y, cuando lo detenta, la destruye desde el Gobierno. El populista pone adjetivos a la democracia: democracia real, popular, social, progresista…

El populista se resiste a abandonar el poder. Por ello reforma la Constitución de su país, para alargar la duración de sus mandatos autocráticos.

La batalla política hoy no se da entre izquierda y derecha, sino entre democracia representativa y nacionalpopulismo, sea éste de izquierdas o de derechas.

Despertemos. Pongámonos en guardia, antes de que sea tarde y perdamos la libertad. Las democracias mueren a manos del populismo, silenciosa e inadvertidamente. Pensemos, además, que ya lo tenemos en el Gobierno.

Intervención de José Torné en Onda Cero

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