Más allá del marketing político, la imagen, la publicidad y la telegenia, la cuestión es qué de nuevo y bueno va a aportar este nuevo proyecto político que echó oficialmente a andar hace escasos días. Cuando nace Ciutadans, se sabe que nace para dar cobijo en Cataluña a los progresistas hartos de la connivencia del PSC con el nacionalismo o, por mejor decir, del nacionalismo del PSC, y para hacer frente al independentismo que ya amenazaba con llevar a Cataluña a la ruina. Cuando UPyD nació como alternativa al bipartidismo que padecíamos, llevaba tras de sí un trabajado y ambicioso programa de reformas políticas, institucionales y constitucionales para modernizar y regenerar profundamente España; más allá de las etiquetas que trataron de aplicársele y de la manipulación mediática impulsada por quienes no querían que nada cambiara, se sabía qué era y qué proponía. Incluso cuando nace Podemos, a sus portavoces más mediáticos se les entiende cuando hablan, se intuye lo que se proponen y se reconoce el hueco electoral que pretenden ocupar. De Vox sabemos también lo que es, de dónde surgió y a qué aspiraba: una especie de escisión por su derecha del PP dispuesta a defender lo que el PP no terminaba de defender y para convertirse en referente de unos cuantos millones de personas hartos de los nacionalismos periféricos españoles. Ciutadans y UPyD, ilustrados y dispuestos a hablar a la razón frente a la sinrazón y a la demagogia; Podemos y Vox, los primeros por la izquierda y los segundos por la derecha, más viscerales, más estruendos, más extremistas y más populistas. Independientemente de que las propuestas de unos y de otros nos gustaran más o menos o de que no nos gustaran en absoluto, se sabía qué eran, de dónde venían y qué pretendían.