40.000 rojigualdas en el cielo catalán

El separatismo siente pavor por la selección nacional de fútbol. No hay nada que produzca más urticaria a un enchufado de Esquerra o de Junts, de esos que hablan de la república catalana y del mandato del 1 de octubre mientras se embolsan 80.000 euros por rascarse las nalgas, que ver miles y miles de rojigualdas en las calles de Barcelona y de las principales ciudades catalanas, como pasó cuando España ganó el Mundial de Sudáfrica y las dos Eurocopas.

Miento. Sí que hay algo que les produzca aún más pavor. Que esas miles y miles de banderas nacionales estén concentradas en un recinto deportivo y que ese partido se pueda ver en todo el mundo. La final de los Juegos Olímpicos de Barcelona, en la que la selección de Vicente Miera consiguió el oro frente a Polonia en un Camp Nou en el que ondeaban un aluvión de rojigualdas marcó un antes y un después. A partir de ese momento, Jordi Pujol, mediante las visitas del combinado nacional se fueron espaciando, hasta que dejaron de producirse. El mensaje era claro, había que evitar explosiones de júbilo ‘españolista’ en la Cataluña del oasis.

La final de los Juegos Olímpicos la viví en el Camp Nou junto a un amigo independentista. En 1992 el secesionismo era una minoría casi anecdótica, porque el nacionalismo catalán entonces apostaba con fuerza por el pujolismo del peix al cove, o sea en ir sacando prebendas pactando con el gobierno de turno para expulsar poco a poco al Estado de Cataluña. Les puedo asegurar que mi amigo indepe, que llevaba su estelada a todas partes, acabó aplaudiendo a la selección española como si fuera una mezcla del duque de Alba y el conde duque de Olivares. Es lo que tiene el fútbol, un poder eléctrico que cambia mentalidades.

Por eso, se ha producido la anomalía de que la selección de España no ha visitado durante dieciocho años la segunda ciudad de España, algo increíble muy difícil de explicar salvo por la enorme fuerza política del separatismo catalán. La capital catalana parecía territorio vedado para el equipo nacional, a pesar del esfuerzo de entidades cívicas como Barcelona con la selección, Espanya i Catalans o Societat Civil Catalana, entre muchas otras, para conseguir su retorno. Tras esta incomprensible sequía se ha conseguido que los de Luis Enrique disputen un partido menor, un amistoso contra Albania, el 26 de marzo, en el RCDE Stadium. El Espanyol, al fin, ha tomado el toro por los cuernos y ha aceptado ser el anfitrión del reencuentro de Cataluña con su equipo nacional. Y es que el equipo nacional de Cataluña es, y será, la selección de España.

Ahora toca, a pesar de la modestia del rival, llenar el estadio perico con 40.000 españoles de bien que animen a nuestro equipo nacional y hagan ondear en cielo catalán 40.000 banderas rojigualdas. Hemos de demostrar que se pueda traer a la selección a Cataluña con éxito para que el próximo encuentro sea oficial, contra una selección de nivel, para que todo el planeta vea que en la gran Barcelona la bandera de España ondea como en ningún otro sitio. Y que el ho tornarem a fer por la “república catalana” no tiene la adhesión de la mayoría de catalanes. De la misma manera que el 8 y el 29 de octubre de 2017 se desmontaron buena parte de los mantras separatistas cuando un millón de catalanes salieron a la calle para decir que eran catalanes y españoles, que la presencia del equipo nacional se normalice en los estadios catalanes es imprescindible para luchar por la causa de la defensa de la unidad de nuestro país.

Artículo de Sergio Fidalgo publicado en Ok Diario

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