Finalmente, lo más importante, el tercer eje del plan que el Partido Popular sí tiene, mal que le pese a la neurona de la vicepresidenta Calvo. Lo dije mil veces en campaña, pero habrá que insistir: hemos de reconocer que Cataluña está rota —dividida en dos— y otorgar a la mitad constitucionalista lo que nunca ha tenido: Presencia, Prestigio, Presupuesto y Poder. De estas cuatros Ps, la más sexy es la tercera, inevitablemente. El Estado tiene que invertir en la democratización de Cataluña. Y debe facilitar que los empresarios también lo hagan mediante incentivos y recursos. Ser nacionalista en Cataluña es, desde hace décadas, el más eficaz ascensor social, un salvoconducto, un chollo, una fuente de lucro e influencia. Y ser constitucionalista, al revés, es una ruina: la condena a una vida áspera, a contracorriente, del aula a la tumba. Esto se ha de acabar, por injusto pero también por inútil. El “reencuentro” que predica Sánchez sencillamente no es viable a partir de la humillación de la mitad de los catalanes. Sólo será posible cuando la mitad constitucionalista —la que respeta la ley y las opiniones ajenas, la que entiende el profundo valor ético y político de vivir juntos los distintos— tenga, como mínimo, el peso que le corresponde en la esfera pública y privada. Los abrazos se dan entre iguales. Lo otro es Breda. Y que me perdone Ambrosio Spínola por la comparación.