El tercer ámbito se centra en la búsqueda de «una base económica más sólida, (…) resiliente y competitiva», lo que se especifica en sectores como el de las materias primas, los semiconductores, los medicamentos y productos sanitarios, la economía digital y los alimentos. El planteamiento de la Declaración es nítido: reducir la dependencia extracomunitaria a partir del fomento de iniciativas y alianzas industriales, así como del reforzamiento de la capacidad de investigación al interior de la UE. Estamos ante un redescubrimiento de la política industrial, lo que no excluye la continuidad de «una política comercial ambiciosa [centrada en] el acceso a los mercados, las cadenas de valor sostenibles y la conectividad». La Declaración pone fin así la hipervaloración de la política de competencia que condujo, desde los años noventa, a una drástica reducción de las ayudas de Estado en el terreno productivo y que, con ello, favoreció la desindustrialización. La idea de que cabía complementar la producción interior con la deslocalización de la industria hacia los países de bajo nivel salarial ha quedado, de esta manera repentina, obsoleta.