Es cierto que en las elecciones autonómicas de 2020, EH Bildu logró los mejores resultados de su historia: casi 250.000 votos, segunda fuerza en el Parlamento Vasco y 21 diputados (de 75). Es verdad que cada día tiene un mayor protagonismo en la política nacional: por un lado, consecuencia de su actitud más pragmática, al más puro estilo PNV, justo aquella forma de actuar que criticaban a los jeltzales mientras ellos se dedicaban a pegar tiros o a justificarlos; por otro lado, consecuencia de la falta de remilgos y límites morales del PSOE y de Podemos, que prefieren sostener la gobernabilidad del Estado en aquellos que quieren destruirlo antes que buscar apoyos en el ámbito democrático. Además, es probable que según pasen los años se irá diluyendo y olvidando (más incluso de lo que ya está) su pasado de confraternización, colaboración y soporte de la banda terrorista ETA y de justificación y apoyo a sus acciones terroristas. Sin embargo, aun siendo todo eso cierto, sigue y seguirá representando a un sector relevante pero minoritario de la sociedad vasca y, en todo caso, insuficiente para alzarse con la Lehendakaritza. Además, las posibilidades de que Otegi fuera lehendakari pasarían por una de estas dos opciones: o un tripartito formado por Bildu, PSE y Podemos o la conformación de un frente nacionalista de Bildu con el PNV. En ninguno de los dos casos lo veo posible.