Además, Sánchez ha eliminado la disidencia interna dentro del partido, laminado a los críticos, silenciado o domesticado a la vieja guardia y a las viejas glorias y cerrado el paso a cualquier líder socialista que en un futuro más o menos cercano pudiera intentar recuperar al PSOE para una izquierda sensata, decente y con sentido de Estado. Visto lo visto, su sucesor podría ser todavía peor, habida cuenta el sectarismo del PSOE, donde el debate brilla por su ausencia y la militancia aplaude con las orejas, convertida en una secta al servicio de su líder supremo. Haberlos los habrá, supongo, pero a los críticos ni se les oye ni se les espera, que es casi peor que si no los hubiera. Al final y al cabo, forman parte del cotarro y siguen blanqueando a Pedro Sánchez y su proyecto letal para la convivencia y para la España constitucional de ciudadanos libres e iguales. Respecto a los barones socialistas, no son más que un entretenimiento mediático y la excepción que confirma la regla. La pregunta es qué pasará cuando pierda el poder. El problema es qué ocurrirá hasta entonces.