El chapapote separatista

El separatismo es una gran mancha de chapapote que contamina y destroza todo lo que toca. No hay persona, institución o construcción humana que no se destruya a partir del momento que el independentismo se acerca. De la misma manera que TV3 no es una televisión pública al servicio de los catalanes, sino una herramienta de propaganda que siembra rencor y odio hacia España entre su audiencia, el defensor del pueblo catalán – el Síndic de Greuges – se ha convertido en una figura que perjudica a los ciudadanos para defender la acción de las administraciones públicas controladas por el secesionismo.

El sistema autonómico que rige nuestro país dotó a cada región de una cámara legislativa que, teóricamente, debería servir para crear un cuerpo normativo que regulara y controlara las competencias del gobierno local de turno para generar bienestar para los ciudadanos. Desde que el separatismo catalán controla el Parlament ha convertido el hemiciclo en una caja de resonancia de su propaganda y en un lugar de exclusión del constitucionalismo. Hemos visto a presidentas de la Cámara (Carme Forcadell y Laura Borràs) vulnerando los derechos de los diputados o proponiendo (Borràs) suspender la actividad parlamentaria para protestar por una decisión de la Junta Electoral. Por no hablar de los numeritos de aprobar mociones contra la Monarquía, el Régimen del 78 y todo lo que huela a español. Solo les falta votar propuestas en el pleno para prohibir en Cataluña la fabada asturiana, la tortilla de patatas, las peñas del Real Madrid y los conciertos de Raphael.

Las escuelas catalanas, sobre todo las públicas, no son lugares de formación de nuestros niños, son auténticos centros de adoctrinamiento político, para educar a los más jóvenes en la “identidad catalana” y en el desapego a España. Por eso el separatismo lucha con todas sus fuerzas para que no se aplique la sentencia del 25%, porque quieren el castellano fuera de las aulas. El secesionismo usa el catalán como elemento de diferenciación respecto al resto de España y quiere seguir vendiendo a los alumnos que es la “lengua propia” de Cataluña, frente al español que sería la “lengua opresora” o “del invasor”. Es la misma lógica por la que la Generalitat subvenciona a entidades como Plataforma per la Llengua para que espíen en que idioma hablan los niños en el patio o para que los estudiantes universitarios ejerzan de chivatos lingüísticos y denuncien a los profesores que den docencia en español.

El separatismo ahora exige una cuota en Netflix y el resto de plataformas para producciones en lengua catalana. Y cuando la consigan pedirán a los pocos días que se ha de duplicar. Y luego triplicar. Si por ellos fuera, no dejarían ver ni una película, ni un documental, en español. De hecho, una de las peticiones de una notable porción del separatismo durante la fase álgida del procés era tomar el control de la TDT para que en el territorio catalán no se pudiera ver las televisiones de ámbito nacional. El independentismo es insaciable, ha convertido los sindicatos en herramientas a su servicio, ha pasado a controlar buena parte de los colegios profesionales para lanzar sus consignas, domina los organismos de regulación de la profesión periodística para proteger a sus medios y atacar a la prensa discrepante y se ha apoderado de buena parte de las entidades cívicas para acallarlas y que nunca sean un problema para conseguir sus fines.

El chapapote separatista lo impregna todo. Desde asociaciones de padres y madres de alumnos hasta las cátedras más prestigiosas. Desde los principales medios de comunicación catalanes – sean públicos o privados–, hasta federaciones deportivas. Desde el club de fútbol más poderoso – el Barça – a ONG’s del ámbito de la cooperación y la solidaridad. Nada se escapa a su control, la mancha independentista se ha extendido por todos los ámbitos de la sociedad catalana. Para limpiar Cataluña de esta pesadilla van a hacer falta muchos medios, mucha voluntad política y mucha paciencia, porque hay trabajo para décadas. Eso sí, convendría comenzar lo antes posible antes de que sea imposible revertir esta capa tóxica que ahoga a la que antaño fue la comunidad autónoma motor de la economía española.

Artículo de Sergio Fidalgo publicado en Ok Diario

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