Y ese Pedro Sánchez en estado de gracia, empieza a oler a muerto. No necesariamente porque haya datos objetivos que lo avalen, sino porque la misma insondable razón subjetiva que ha hecho que su pésima gestión de la pandemia apenas le pasase factura, hoy hace que mirándole a la cara uno piense que la suerte –o lo que sea- ya no la tiene de cara.