¿Eutanasia para la lengua catalana?

El catalán, tal como lo definió acertadamente el gran historiador decimonónico catalán Antonio de Capmany, es un «antiguo idioma provincial». A esta definición incontestable, Capmany añadía «muerto para la República de las Letras». Aunque desde entonces haya mejorado la salud literaria del catalán, es un hecho indiscutible, salvo para los fanáticos o los interesados, que es una lengua minoritaria, incluso en Cataluña. Así, por ejemplo, en la última tabla publicada por el Instituto Estadístico de Cataluña, solo el 31% de la población mayor de 15 años tenía el catalán como lengua inicial.

El catalán, como pasa con todas las lenguas de ámbito limitado, no tiene ningún valor como medio de comunicación nacional o internacional y sus hablantes nativos tienen que ser competentes en una segunda lengua de cara al intercambio social, comercial y cultural dentro de la sociedad en la que viven. En el caso del catalán y de todas las lenguas regionales españolas, ese segundo idioma es el castellano o español. Y, como afirma Rafael del Moral, «una vez que una lengua pierde sus hablantes monolingües ya no hay marcha atrás. Ninguna los recupera, y tampoco rectifica su curso natural». Ese curso natural puede ser la extinción en algunas ocasiones, como ha pasado con el gótico, extinguido en el s. XVIII; el dálmata y el córnico, desaparecidos en el s. XIX, o el gaélico manés, cuyo último hablante nativo falleció en 1974. 

Pero no necesariamente las lenguas regionales deben extinguirse. Tienen un valor sentimental e identitario, además de histórico y literario, que puede preservarse perfectamente dentro de ciertos ámbitos. Para lo cual es imprescindible que no intenten competir con las lenguas mayoritarias en el espacio público y que se presenten de un modo simpático a la población que no las tiene como maternas. En el caso del catalán, los separatistas en el poder han optado por todo lo contrario: han impuesto de mala manera la lengua regional en los ámbitos oficiales e intentan expulsar la mayoritaria lengua española del espacio público -y últimamente también del privado. Para ello emplean argumentos de un delirante supremacismo y procedimientos totalitarios que se saltan a la torera los derechos constitucionales y las sentencias judiciales, todo ello con el beneplácito de los sucesivos Gobiernos de la Nación. 

El resultado es que, a pesar de las inmensas sumas dilapidadas en propaganda, del empleo de chivatos y comisarios políticos en los centros de enseñanza, de las subvenciones a los medios en catalán y a los grupos de agitadores, del acoso laboral a funcionarios disidentes (profesores y policías especialmente) dependientes de la administración regional, de la presión en las redes, de las agresiones a las familias y alumnos que exigen sus derechos, del amedrantamiento a los jueces y fiscales, continúa disminuyendo el uso social del catalán según datos de la propia GeneralidadEn definitiva, el sectarismo, la prepotencia, el supremacismo, el desprecio por la ley y la violencia de los separatistas en el poder han conseguido que un sector considerable de la población catalana -incluyendo un porcentaje no despreciable de catalanohablantes- hayan acabado hartos de la lengua regional.

Hay que preguntarse, ¿acaso los dirigentes responsables de estas políticas no son conscientes de que con ellas están cavando la fosa de la lengua catalana? Al parecer, consideran que el objetivo de la secesión lo justifica todo, y que con un estado catalán independiente podrían recuperar el terreno perdido imponiendo el catalán como única lengua oficial. El problema es que después del fracaso del golpe de Estado de octubre de 2017, hasta los más ilusos han intuido que la independencia queda pospuesta ad calendas graecasEntonces, ¿podría ser que este encarnizamiento terapéutico en la supervivencia del catalán no fuera más que una forma sibilina de aplicarle la eutanasia?

«Es imprescindible decir «¡Basta!» y acudir a la gran manifestación del próximo 18 de septiembre en Barcelona, a las 12 horas en Arco del Triunfo»

A fin de cuentas, un pequeño estado independiente con una lengua oficial minoritaria no llegaría muy lejos en los foros internacionales. ¿No sería mejor apropiarse la lengua del enemigo, el español, un instrumento infinitamente más rentable y útil a todos los niveles y relegar el catalán para cuestiones simbólicas y sentimentales, como mucho? Eso mismo han hecho los irlandeses, relegando el gaélico en la práctica y utilizando el inglés como lengua de comunicación internacional y materia prima de la productiva industria de enseñanza del idioma. Y les ha ido muy bien. 

Por otra parte, asumir la lengua española sin reticencias podría ayudar decisivamente a restañar la fractura social existente en Cataluña y disponer favorablemente a la mayoría social de lengua española para escuchar los cantos de sirena de la secesión. 

¿Sacrificar la lengua catalana, entonces, para obtener la secesión? Sería una jugada inteligente y, tal vez, con posibilidades de éxito, dado el grado de descomposición de la conciencia nacional que padece España en la actualidad. El problema es que los profesionales de la política catalana tienen un grado de estupidez e incompetencia a la altura de su mala fe y supremacismo. Y han demostrado sobradamente que el maquiavelismo es una asignatura que les viene grande. De manera que lo más probable es que empujen a la lengua catalana a la extinción sin conseguir crear la más mínima posibilidad real de fundar un estado independiente. Porque -y aquí nadie debería engañarse- en el fondo no les importa ni una cosa ni la otra, sólo son una pandilla de aprovechados a los que únicamente les quita el sueño sus prebendas y chiringuitos.

Pero, mientras tanto, habrán amargado la existencia y empujado al fracaso escolar a generaciones enteras de estudiantes, adoctrinado a la población, destruido la convivencia social, arruinado económicamente Cataluña, gripado el ascensor social y atizado el enfrentamiento civil. Por eso es imprescindible decir «¡Basta!» y acudir a la gran manifestación del próximo 18 de septiembre en Barcelona, a las 12 horas en el Arco del Triunfo, convocada por diversas asociaciones de la Resistencia Catalana, entre ellas Profesores por el Bilingüismo, para exigir el respeto a los derechos constitucionales y la libertad de elección de lengua.

Artículo de Francisco Oya publicado en The Objective

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