Hace unas pocas semanas una jueza certificó la extinción de UPYD, tras trece años de vida y calvarios, aciertos y errores, éxitos y fracasos. Como la vida de cualquiera de nosotros, supongo, poco más o menos. A pesar de que ha sido ahora cuando se ha certificado su deceso, yo ubicaría su muerte como partido político con capacidad de influencia hace aproximadamente un lustro, cuando en aquellas elecciones de diciembre de 2015 nos quedamos fuera del Congreso de los Diputados; nos presentamos con Andrés Herzog como candidato a la Presidencia del Gobierno de España, dado que Rosa Díez, habiendo visto lo que se nos venía encima, había decidido dar un paso atrás apenas unos meses antes, tras un año de malos presagios, conflictos internos, ataques por parte de los principales medios y fracasos electorales. En aquellos comicios irrumpieron con fuerza Podemos (con 69 diputados) y Ciudadanos (con 40)… mientras que nosotros nos quedábamos fuera del Congreso. La muerte se certificó entonces, pero fue antes, a lo largo de 2014, cuando realmente fuimos triturados víctimas de un cúmulo de circunstancias, internas y externas; apareció Podemos como abanderado de la regeneración democrática, la nueva política y los nuevos tiempos, y Ciudadanos comenzaba a pisarnos los talones, ambos con un enorme apoyo mediático. Y fuimos engullidos sin compasión de ningún tipo: los electores no valoraron nuestros muchos aciertos sino que castigaron nuestros graves errores y nuestros enfrentamientos internos. En las elecciones europeas de mayo de 2014 hicimos como que no pasaba nada, pero fue el inicio del fin de nuestro proyecto.