Despertarse con la noticia de la inesperada (¿?) toma del poder en Afganistán por parte de los talibanes y volver a acordarnos de la existencia de esas mujeres y niñas a las que quisimos creer sin burka y, por tanto, con todos sus derechos, desde 2001. Como si fuera cierto. Como si más allá de Kabul (o ni eso) toda la opresión de esas mujeres y niñas, y su invisibilidad, empezara y acabase en esa prenda de ropa.