Afganistán y los unicornios

Gari Durán

La guerra es, aunque no nos guste.

Sirve de poco taparnos los ojos como si con nuestros dedos pudiésemos abarcar la locura y la violencia que asola el mundo. Y taparla.

Qué bonito un mundo de discurso de Miss Universo. Qué reconfortante dinamitar el odio con una estrofa de Imagine. Qué absurdo pretender parar las bombas con unicornios de colores.

Cierta izquierda defiende o justifica estos días a los talibanes y, al mismo tiempo, ofrece sus comunidades y municipios para acoger a las mujeres y niñas afganas que huyen de los talibanes. ¿Por qué, si no tienen nada que temer? ¿Y con qué derecho se las pretende separar de sus familias?

Y de nuevo ese paternalismo ignorante, esa ideología tan llena de contradicciones que tanto daño ha hecho y hace a los derechos humanos (a los reales) y que tanto contribuye a perpetuar valores para los que la libertad y la dignidad de al menos la mitad de la población les es ajena.

Despertarse con la noticia de la inesperada (¿?) toma del poder en Afganistán por parte de los talibanes y volver a acordarnos de la existencia de esas mujeres y niñas a las que quisimos creer sin burka y, por tanto, con todos sus derechos, desde 2001. Como si fuera cierto. Como si más allá de Kabul (o ni eso) toda la opresión de esas mujeres y niñas, y su invisibilidad, empezara y acabase en esa prenda de ropa.

Nos han dado igual. Como no nos han importado los atentados suicidas, la muerte de miles de civiles, el hecho de que en muchos lugares de ese país roqueño, sin necesidad de talibanes, nada hubiese cambiado.

Creemos lo que queremos creer. Lo que quieren que creamos.

A Afganistán las Fuerzas Armadas españolas no fueron a poner tiritas y repartir raciones de campaña.

Por más que José Luis Rodríguez Zapatero tratara de ocultarlo, tras la retirada de las tropas de Irak España fue a Afganistán a luchar en una guerra real, con sus heridos, sus combates, sus mutilados y sus muertos. Eso es lo que han sido estos 20 años. Los militares lo saben y a poco que les preguntes, quizás te lo cuenten.

Pero eso casa mal con ese antimilitarismo que ha ido ganando terreno en España. ¿Cómo conjugar el no a la guerra con nuestra participación activa en lo no que ha sido sino eso? Imaginando a nuestras tropas como las chicas de la Cruz Roja. Armados sí, protegidos (mal) también, pero sólo como atrezo.

Y qué horror Estados Unidos y su militarismo. No me sean ingenuos. ¿Cómo creen que se combate a quien está dispuesto a matar, encarcelar o mutilar al que es diferente, a su enemigo?

Estados Unidos como gendarme mundial, ¿bien o mal? Mal si lo es, mal si deja de serlo. Lo que si es cierto es que ha estado bastante más dispuesto que los europeos a poner el dinero y sobre todo a sus muertos en esto que (no nos engañemos) pretendía en un principio tan sólo evitar otro 11-M.

Pero lo que sí es verdad es que hubo un tiempo en que los europeos no supimos protegernos de nosotros mismos y dejamos que los totalitarismos se adueñaran del continente. Y que quienes vinieron a liberarnos y a morir por nosotros fueron los americanos, a quienes nada se les había perdido en Europa.

Por suerte, no pensaron en ese momento que si nosotros no éramos capaces de salvarnos nos las apañásemos como pudiéramos. Por suerte también, a la vista de una Europa en la que el fascismo, el comunismo o el nazismo era lo imperante, no creyeron que fuera en nuestra naturaleza (al menos en esos años) el gusto por los nacionalismos y la falta de libertad.

Y cuando creíamos que nunca más se vería un genocidio en Europa, llegó la guerra de los Balcanes y la Unión Europea mostró su suprema inoperancia a la hora de acabar con un conflicto que nos arrojaba imágenes tan espantosas como las de la II Guerra Mundial. Y no, no se acabó la cosa hasta que llegaron los americanos. Y no, como en Afganistán, no lo hicieron con unicornios de colores.

Artículo de Gari Durán publicado en El Español

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