Las sanciones, por supuesto, tienen efectos económicos adversos en los países que las sufren, pero también producen resultados adaptativos que reconfiguran las actividades productivas y los comportamientos sociales. Franco se amparó en la autarquía –lo mismo que Rusia, por cierto, después del paquete sancionatorio de 2014, cuando ocupó Crimea–; Cuba durante muchos años recicló los automóviles americanos de la época prerrevolucionaria y se amparó, además, en los subsidios soviéticos y en el Comecon. Hoy en día, por poner otro ejemplo, los universitarios iraníes utilizan el mismo software que los españoles; eso sí, con la diferencia de que, mientras ellos lo hacen gratis gracias al pirateo, nuestras universidades pagan costosas licencias con igual resultado. Además, todos los programas de sanciones tienen fisuras, sobre todo porque hay países que no aceptan su aplicación. Ya he mencionado a la URSS, pero los españoles sabemos del caso de Argentina, cuando decidió verter su ayuda alimentaria sobre España mientras Evita era aclamada en el verano madrileño de 1947. Por cierto, que también España eludió el bloqueo cubano.