Sin embargo, el abrupto final de Trump entraña una oportunidad para unir de nuevo al país, premiar la moderación e impulsar la cooperación del mundo libre. Voces autorizadas llevan una década preguntándose si EEUU dejará pronto de ser la potencia mundial y cederá el paso a China. Y la propia jerarquía comunista se ha marcado como objetivo ser la primera potencia en 2049, coincidiendo con el centenario de la revolución comunista. En esa competencia, sin embargo, EEUU sigue teniendo grandes ventajas sobre su competidor geoestratégico. En primer lugar, su cultura es la consecuencia de emigraciones proveniente de muchos países. Eso le permite mantener una influencia cultural verdaderamente global. Por el contrario, la cultura china, rica y compleja, difícilmente irradiará jamás globalmente por su etnocentrismo. A EEUU le acompaña también su geografía. Tiene costas en el Atlántico y en el Pacífico, y eso le permite observar el mundo con mayor perspectiva. Además, en EEUU la población está creciendo; en China, decreciendo. Por último, EEUU tiene un enorme atractivo para el talento y el capital, y fomenta la meritocracia en el marco de un Estado de derecho y democracia. El sistema tiene muchas lagunas, pero sigue dando más oportunidades al mérito que otros países (permite, por ejemplo, que perfiles multiétnicos como Kamala Harris llegue a ser vicepresidenta, algo inimaginable en China).