Buenos tiempos para los malos

Josu, el Ternera, comenta en una entrevista que está escribiendo un libro y se va a hacer una película sobre su persona. Todos hemos visto películas y documentales maravillosos sobre personajes abyectos. Empezando por Hitler. Los «malos» son muy interesantes en la literatura, en el cine. Damos por sentado que entre la maldad hay más variedad. En la vida corriente también hablamos más a menudo de la gente que, a nuestro parecer, hace las cosas mal o criticables, que de los que se merecen admiración.

El mal produce una atractiva inquietud que nos induce a imaginar cómo será la mente de un perverso, la de quien ha maltratado, asesinado o robado. La gente que cumple la ley y respeta a los demás tiene historias más grises, flojas; los que no tienen escrúpulos y por ello son imprevisibles, siempre han despertado mayor interés, parece que el misterio de la complejidad de la condición humana se aprecia mejor en ellos.

Los malos, tanto los de las manos manchadas de sangre como los políticos de guante blanco, están de enhorabuena en nuestro país. Les ha tocado el mejor Emperador para aliviar las exageradas penas que los inhumanos jueces de nuestro país les han colocado por venganza. Con las llaves de las cárceles en manos de los nacionalistas, los del norte favoreciendo a asesinos en serie y los de la costa mediterránea, a golpistas y ladrones, hemos entrado en el universo berlanguiano: en vez del «Todos a la cárcel», todos a la calle. La ley se ablanda para ellos en esta España del presente. Acabará haciéndose líquida en manos de tan malos gobernantes.

Los «buenos», los que cumplen la ley, no pintamos nada ya. No digamos los asesinados, perseguidos, torturados por terroristas o robados por esta chusma de políticos corruptos; familias y familias inundadas de viejas lágrimas. No cuentan porque no sirven a la vida política actual.

Para algunos de los políticos de nuestro país, las víctimas son una casilla en un viejo Excel ya obsoleto; como mucho, una propuesta de medalla, unas fotos para un museo. Solo si resulta conveniente, claro.

Más allá de los hechos, más allá del dolor, que ya en Euskadi se equipara con éxito en el cínico slogan «las víctimas de todas las violencias unidas en el dolor», más allá de la memoria y de la justicia que aún se les debe a tantas víctimas del terrorismo, me atrevo a decir que lo que de verdad les debemos es recoger su legado moral y elevarlo a ejemplo social. Como mártires que fueron. Como un atemporal ejemplo cívico y educativo de quienes, sufriendo el ataque particular que iba dirigido a toda la nación, optaron por la ley y el bien como respuesta.

Zapatero fue el «talante», Sánchez, la «concordia», palabras que inmediatamente dejaron de significar lo mismo. A menudo se dice que hablar de buenos y malos es maniqueísmo y yo digo que no siempre: hay personas que han hecho y siguen haciendo mucho mal a particulares o a la generalidad y personas sufrientes, pobres desheredados de este mundo, ceros a la izquierda, que no hicieron mal a nadie. Llámame maniqueo y que te maten mañana a tu padre, a tu hermano o a tu mujer o tu hijo pequeño por una fantasía patriótica. Y a ver si puedes seguir siendo buena persona.

Qué pena este país con tanto egoísta miserable gobernando.

Los muertos están y estarán con nosotros recordándonos sus valores, como un faro para los marineros. Los asesinos, los indultados, amnistiados, tomando vinos, haciendo bicicleta, monte, estarán entre nosotros, sueltos, sí, en la nueva vida que se les ha regalado. Una vida que sin el arrepentimiento nos recordará inevitablemente la existencia del mal, su mal.

Artículo de Iñaki Arteta publicado en La Razón

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