En todo caso, el afán clarificador dio lo mismo. A los diez minutos, en Cataluña, y fuera de Cataluña, a Cs se le adjudicó la fatigada calificación de «facha» en alguna de sus variantes: fascistas, neofalangistas, extrema derecha, españolistas, botiflers, franquistas, etc. En realidad, el partido en aquellos días era lo más parecido al patriotismo constitucional que este país ha conocido. En sus actos no asomaba bandera alguna –tampoco la de España– y, cuando llegó la hora del Parlament, en lo esencial, se limitó a recordar conceptos básicos de primero de derecho: ley, Constitución, división de poderes, etc. Sin necesidad de precisar el segundo decimal, personas que en un país normal habrían votado por opciones diferentes, se podían identificar con tan elementales –y olvidadas– ideas. Cs venía a ser como la Platajunta. Y, aviso para quienes creen que sin esencias patrias o fervores tribales no hay compromiso, el patriotismo constitucional entusiasmó. Vaya si entusiasmó. La aplicación de la ley justa también emociona. Años más tarde, a algunos todavía se nos aflojaría el lagrimón al oír «155».