Xabier Markiegi no venía de la ETA del franquismo, al contrario que casi todo el resto de dirigentes ‘euskadikos’, lo que explica, entre otras cosas, que mi amistad con él datara sólo de comienzos de los ochenta, cuando entré en una Euskadiko Ezkerra ya claramente democrática y constitucional, cuya evolución había sido, en gran parte, mérito de Xabier. Debo mi amistad con él y con su esposa, Begoña Bernaola, a la de otros dos amigos comunes también desaparecidos: al propio Mario Onaindía y a mi compañero de infancia (y de prisión bajo el franquismo) Josepe Zuazo, que pasó sus últimos meses en casa de los Markiegi, bajo los cuidados de Xabier y Begoña. Por cierto, la muerte de Xabier ha sido precedida en sólo unos días por la del escritor Jorge Martínez Reverte, otra de las amistades que adeudé a Mario. Sobra decir que los cuatro -Xabier, Mario, Jorge y Josepe- se cuentan en el cogollo de mis sombras queridas, las que espero que me monten, en día que intuyo no muy lejano, un recibimiento sin demasiados reproches en la única peña a la que me gustaría pertenecer durante toda la eternidad. A ver si hay suerte.