Y aquí, entramos en los objetivos por capas que decía más arriba. Empecemos por tratar de entender la lógica estratégica subyacente a la dinámica de sucesos. Como ya he dejado entrever más arriba, estos procesos revolucionarios 2.0 han entendido que la forma más efectiva para alcanzar el poder (y perpetuarse) es utilizar una estrategia híbrida. Por un lado, propiciar o aprovechar escenarios sociopolíticos óptimos con los que incrustarse en el poder institucional, con ello tienen en sus manos una parte sustancial del poder político del Estado e, igualmente, logran una amplificación en su capacidad para comunicar sus mensajes y la legitimidad de los mismos. Por otro lado, controlando las calles desde movimientos extremistas, logran amedrentar a la población, generar incertidumbre y aumentar su poder negocial (de chantaje) en las mismas instituciones. Ante esto, me resulta muy llamativo cómo desde algunos ámbitos del poder económico, político y cultural de nuestro país, se abrazó la tesis de que era mejor tener al populismo en las instituciones que fuera porque así se garantizaría la paz social. Como ven es un error estratégico de diagnóstico porque la paz social sólo va en función de los intereses políticos de quién controla la espita de la violencia.