Diada, poco o nada que celebrar

Sorprende la tendencia de la sociedad catalana a la ritualización política y social, hacia la ideologización de todo y a todos. Cualquier acto cotidiano, festivo o lúdico parece que debe tener, como mínimo, una pátina reivindicativa, se convierte en una especie de rito de autoafirmación nacional-ista. Esta tendencia a la visualización y exaltación tiene la cita anual en lo que se ha convertido en el aquelarre del 11 de septiembre, en la denominada “Diada Nacional de Catalunya”. Lo que se percibía como el día de la comunidad autónoma mutó en el día de la Fractura (social), el síntoma de una sociedad enferma, inoculada del virus de rancio nacionalismo identitario.

Naturalmente, este tipo de enfermedades sociales no aparecen desde la nada, no son fruto de una especie de generación espontánea y, por supuesto, no es el “pueblo” que empuja a la política. Todo ello es fruto de un muy buen plan de ingeniería social que fue preparando el caldo de cultivo con el que una sociedad avanzada aceptase cánones impropios en las democracias. Una visión identitarista que crea alteridades, cosifica al díscolo, y ahoga y persigue la disidencia ideológica. Pero esta paulatina transmutación hacia parámetros excluyentes, como decía, es algo paulatino, no es algo inocente ni espontáneo. Hay cosas que han pasado inadvertidas o, mejor dicho, hay quiénes han querido (o necesitado) ignorar, hacer como si no lo viesen. Durante demasiados años hemos tenido un elefante rosa sentado en el sofá de casa y no hemos querido reparar en ello.

La denominación del 11 de septiembre como la “Diada Nacional de Cataluña” ya nos da una pista de lo que ha estado ocurriendo en esta comunidad autónoma, como decía John Austin en su obra “Cómo hacer cosas con las palabras”, en Cataluña, el lenguaje ha creado un marco mental propicio a las tesis del separatismo, se ha asumido dócilmente que, precisamente, Cataluña es una nación. Por tanto, si es una nación, como todo el mundo “descubrió” gracias al plan de aculturación de Jordi Pujol, a la reiteración performativa del lenguaje y la repetición tautológica de los símbolos nacionalistas, entonces, necesariamente, Cataluña debería, en algún momento en el tiempo, ser un Estado. De esta estructura lógica, con tintes milenaristas, es la que se nutrió la narrativa nacionalista.

«En Cataluña, el lenguaje ha creado un marco mental propicio a las tesis del separatismo, se ha asumido dócilmente que, precisamente, Cataluña es una nación»

El problema fue que todos los actores políticos y los sucesivos gobiernos de la Nación, sabedores de las intenciones del nacionalismo catalán, obviaron el problema, no quisieron ver al elefante rosa en el sofá de nuestro país o, peor aún, faltos de una mínima visión de Estado, fueron partícipes de esa descomposición social, colaboraron, por intereses cortoplacistas, legitimando el relato excluyente del nacionalismo. Es cierto que hay unos más culpables que otros, solo recordar al presidente Zapatero, uno de los valedores de ese oxímoron de la izquierda identitarista, que abrazaba y abraza la idea de la nación de naciones, naciones culturales que son por esencia antidemocráticas porque los derechos de ciudadanía son en función de valores culturales o identitarios, esto es, lo contrario de lo que debería ser cualquier democracia.

Pero, más allá de lo que ocurrió en el pasado, ahora que ya se ha descorrido el telón, una vez que vimos la ejecución política del plan de ingeniería social nacionalista. Ahora que sabemos los tintes totalitarios de los que protagonizaron el golpe de Estado del 2017, ahora que nadie puede decir que no ve el monstruo separatista ¿qué va a ocurrir? Máxime en una situación de máxima división y enfrentamiento entre los principales actores políticos separatistas ¿aprovecharemos para articular un relato de consenso y unión de los demócratas? ¿veremos la oportunidad de ofrecer una narrativa diferente a una sociedad como la catalana, hastiada, frustrada y angustiada? ¿articulará el Gobierno algún tipo de plan para deconstruir el plan de ingeniería social que fracturó a la sociedad catalana?

Como podrán intuir, la respuesta a todas las preguntas será no. Estamos en el paroxismo de la rendición a las tesis del nacionalismo, nuestro gobierno es el súmmum de la entrega a los que quieren acabar con nuestro país y con nuestra democracia. La lógica de anteponer el interés partidista al bien de la Nación está muy arraigada en la Moncloa, lo importante es un día más en el poder, el problema es que el coste y el daño para nuestro país puede llegar a ser irreparable. Jugar a este juego es perverso, hacer creer que las estrategias del gobierno sirven para “normalizar” al nacionalismo, es como querer hacernos creer que se puede domar y montar a un tigre.

El problema radica en que, con este juego de cesión constante al nacionalismo, con esta legitimación del relato del separatismo, solo estamos preparando el camino para que lo vuelvan a hacer. Es cierto que ahora los partidos y actores separatistas están divididos y a la greña, pero no nos engañemos, es una división táctica y coyuntural. Cuando vuelvan a oler sangre, cuando vuelvan a olfatear un momento de debilidad del Estado, con las lecciones del pasado bien aprendidas, nos encontraremos con la reedición mejorada de los hechos de septiembre y octubre del año 2017. Como decía, la desunión es táctica, la unión es estratégica.

«Jugar a este juego es perverso, hacer creer que las estrategias del gobierno sirven para “normalizar” al nacionalismo, es como querer hacernos creer que se puede domar y montar a un tigre»»

Mucho me temo que este momento de división extrema separatista volverá a ser desaprovechado por un constitucionalismo aún más desunido que el separatismo, tal y como pasó cuando fracasó el intento de ruptura de 2017. Los intereses partidistas estarán por encima del bien común. Sé que habrá ingenuos intentos de coordinación, ingenuos porque con un presidente como Sánchez, todo estará condicionado para lograr su permanencia en la Moncloa. El resultado de la ecuación constitucionalista, de forma más o menos evidente, siempre conducirá a lograr el máximo número de escaños socialista en las próximas elecciones Generales en Cataluña.

En este camino, trufado de cantos de sirena de aproximación constitucionalista de cara a las elecciones municipales, será una trampa para lograr que los catalanes visualicen al partido socialista como el partido de la moderación, como la nueva CiU que también deberán votar en las Generales. Los tempos son claros, la intencionalidad también, espero que la miopía no afecte a quiénes están jugando a aprendices de brujo. Las municipales son solo una pieza de un camino que solo busca perpetuarse en la Moncloa. Sánchez sabe de la importancia del caladero de votos catalán, sabe que su única oportunidad de supervivencia política pasa por Cataluña, sabe que solo con un buen resultado en esta comunidad autónoma puede lograr su continuidad en la Moncloa, esto es, sabe que solo con un número suficiente de escaños de Cataluña podrá lograr reeditar el gobierno Frankenstein.  

Artículo de José Rosiñol publicado en Vozpópuli

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