El PCCh ante el colosal reto de cambiar sin que cambie nada

El centenario del Partido Comunista de China (PCCh) brinda una ocasión extraordinaria para hacer una reflexión crítica del papel de China en el actual contexto geopolítico, y cuál será su posición futura. Si hay algo importante que destacar de estos 100 años de existencia es su capacidad de aprendizaje continua de los errores y aciertos cometidos por otros poderosos regímenes comunistas en el siglo XX. Si hay algo que China en ningún momento quiere repetir es, sin duda, el desmantelamiento del régimen soviético, el cual provocó la desintegración territorial, numerosos conflictos que aún hoy perduran y la conciencia de un Estado como Rusia cada vez más autocrático, pero con unas dinámicas que provocan desorden, desestabilización y mal comportamiento económico.

No es nada sencilla la tarea de un régimen de partido único de permanecer en el poder y, ni mucho menos, ser capaz de instrumentar una economía cada vez más de mercado, pero dominada por una institución política monolítica, con una concentración de poder cada vez mayor sobre su actual líder (el presidente Xi Jinping) y sin contestación política consistente de ningún tipo. La combinación entre una institucionalidad económica de mercado y una institucionalidad política dictatorial se ha producido en diversas ocasiones a lo largo de la Historia en distintos países, siendo la antesala de un proceso de transición democrática. Sin embargo, blindar esta situación sólo es posible si el partido único tiene la capacidad intergeneracional de controlar una masa crítica de la sociedad con dos métodos: por un lado, la desactivación de posibles activismos políticos, especialmente de los jóvenes y, por otro lado, una política continua de ‘palo y zanahoria’ en materia de derechos y libertades, con movimientos lentos pero sin retorno en territorios más hostiles como Hong Kong o Xinjiang.

Pero si hay una herramienta suficientemente poderosa para conseguir la estabilidad a medio plazo del régimen político es un progreso económico y social consolidado y acelerado en el tiempo, evitando situaciones que puedan provocar fuertes protestas sociales. El PCCh es enemigo de tasas elevadas de inflación y desempleo, al igual que de permitir que se consoliden a lo largo de los años estructuras corruptas en provincias, municipalidades, ministerios y empresas estatales. Sabe que éstas fueron las causas últimas de los sucesos de la plaza de Tiananmen de 1989 y la época más oscura de la historia de la reforma económica iniciada tras la muerte de Mao. Desde entonces, y tras retomar la senda de la reforma marcada por Deng Xiaoping a principios de los noventa, la vigilancia de la política económica es extrema sobre paro e inflación. No se permite flirtear como hacen algunos Gobiernos occidentales con la ‘curva de Phillips’.

Además de la economía, la otra característica clave para perpetuar el régimen chino es la estabilidad, combinada con la reivindicación de un pasado anterior a las cruentas Guerras Civiles que hundieron al país antes de 1949. De ahí y de la vieja concepción horizontal confuciana surge la ‘Belt and Road Initiative’ como la gran ofensiva china en materia internacional. Desde su lanzamiento en 2013 ha cambiado por completo el equilibrio geopolítico, acelerando su retorno hacia Asia tal como lo fue durante la Edad Media.

Pero esta gran ofensiva internacional requiere de reformas profundas a nivel nacional. Y aquí es donde el PCCh aplica de manera contundente de nuevo la política del ‘palo y la zanahoria’. Conscientes del enorme coste económico y social que tiene la reconversión económica de una buena parte de su tejido productivo, tiene que llevar a cabo una profunda reconversión industrial que pasa por una reducción drástica del número de empresas de titularidad estatal (state-owned enterprises, SOEs por sus siglas en inglés) e incluso por una política controlada de defaults selectivos en aquellas compañías que no pueden rescatarse, aunque estén bajo el amparo de una municipalidad o provincia. 

El miedo a una crisis de deuda en cadena de las SOEs se ha extendido especialmente en el último año donde las tasas de default en las SOEs se han disparado. Sólo la suspensión de pagos de 10 empresas estatales del sector industrial ha supuesto el 42% del total, mientras que, en el cómputo de los últimos cinco años, 25 SOEs han representado un tercio de los defaults totales.

Y, al mismo tiempo, unas crecientes necesidades de desarrollo económico interno que obligan a replegar parte de la internacionalización de la empresa china en el mundo, la cual supuso importantes beneficios para la economía del país, pero también costes como las masivas salidas de divisas extranjeras con las que financiaban las adquisiciones en el extranjero, perjudicando a la balanza de pagos china. Desde 2015-2016, el Gobierno chino ha obligado a replegar en el extranjero a un tercio de sus SOEs.

El PCCh, en suma, tiene por delante el dificilísimo reto de cambiar China sin que nada cambie en lo político. Por un lado, saldrá de la crisis COVID con un peso 1,5 puntos porcentuales mayor sobre el PIB mundial, llegando a alcanzar el 20% para 2026 según las últimas estimaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI). Pero, por otro lado, tendrá sobre sí los focos de un enfrentamiento a esta vez sí que ‘frío’ con Estados Unidos, cuya postura hoy es más errática que durante el mandato Trump, a cuenta no sólo de los acuerdos comerciales y de inversión, sino muy especialmente por la investigación sobre el origen del COVID. No es de extrañar la figuración reciente del presidente Xi recordando a Mao, la cual debe interpretarse como lo que es: un pulso negociador más.

Artículo de Javier Santacruz publicado en El Economista.

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