De igual forma, para huir de la polarización, hemos de no caer en la trampa identitarista, aquella por la que la política y, más aún, el principio de ciudadanía viene determinado por una serie de valores culturales concretos y circunscritos a un territorio idealizado. Naturalmente, estoy hablando de la trampa del nacionalismo. España es un país plural, nuestra democracia es inclusiva, por ello no deberíamos hacer el caldo gordo a aquellos que utilizan la identidad para intentar colectivizarnos y dividirnos, no deberíamos dar pábulo al victimismo falaz y lastimero disfrazado de economía. Tenemos la oportunidad de crear y proponer un relato que destape las vergüenzas del nacionalismo y visualice una realidad plural, constructiva e inclusiva de nuestro país. Tratar de camuflarse en el ecosistema creado por el nacionalismo, aceptar sus marcos y caer siempre en sus debates nos lleva inexorablemente a mantener esta deriva de paulatina destrucción de nuestro país. Algo tan sencillo, que propuse al gobierno de Mariano Rajoy y a otros líderes (ahora en el Gobierno), como romper el cuasi monopolio mediático del nacionalismo en Cataluña, serviría para oxigenar una sociedad catalana asfixiada en la ciénaga de la narrativa victimista/agresiva del nacionalismo.