Está, por otra parte, el problema de la distribución. No soy de los que creen a pie juntillas el mantra izquierdista que asocia el covid-19 con un aumento de la desigualdad, entre otras cosas porque sus efectos letales se han cebado con uno de los segmentos de la población —los ancianos— cuyo nivel de renta es relativamente bajo; y porque, además el llamado «escudo social» ha preservado sobre todo las rentas del trabajo, aunque sea de manera incompleta, pero no las del capital —con lo que los perceptores de estas últimas, que suelen ocupar posiciones medias y altas en la distribución, se han visto seriamente perjudicados, tal como, por otra parte, muestra ya la Contabilidad Nacional—. Pero más allá de su efecto distributivo global, lo que ahora importa es que han emergido nuevos focos de pobreza, que pueden ser duraderos, entre las clases medias y los jóvenes. Tampoco ha habido políticas diseñadas para ellos.