Las calles de Barcelona están más sucias que nunca. Latas, cristales, papeles, plásticos, vegetación, cagadas de perro y de paloma, el olor insoportable de orines en algunos lugares, jeringuillas como en los años 80, vagabundos en todos los parques. Los grafitis ensucian el mobiliario público, las paredes y portales de muchos edificios. Todavía se ven muchas banderas esteladas y pancartas en los balcones pidiendo “amnistía” para los “presos políticos”, o reclamando “democracia”. Ni un cartelito exigiendo algo básico: limpieza.