No hace tanto tiempo, los españoles comprendíamos sin esfuerzo lo que era la izquierda: el partido de lo universal, de la democracia, de la justicia y de la igualdad, de laTransición, de la Constitución del 78, viga maestra de nuestro sistema democrático, la casa común en la que todos los españoles cabíamos sin exclusión después de siglos de enfrentamientos, y de guerras civiles. De manera que una gran parte del pueblo, de los obreros a los campesinos, de los funcionarios a los profesores, se reconocía en ella. Luego, bajo el nombre paradójico de French Theory nos llegaron de Estados Unidos ideas que era la negación misma de ese ideal. Eran la imagen inversa del universalismo, esa magnífica síntesis de Las Luces del siglo XVIII. Y así, a fuerza de particularismo, de identidades troceadas y enfrentadas entre sí, el personal de la izquierda se fue deslizando en un terreno que no era el suyo y en el cual su electorado no se reconocía.