En los círculos de poder de Barcelona está haciendo mella la dureza del enfrentamiento, siempre soterrado, siempre al socaire de los vientos de unos medios de comunicación mayoritariamente controlados, si no comprados, entre Guardiola y Cañadas, entre el hombre tranquilo, que no levanta fobias, que acuna consensos, pero que no es un «grande» (un Lara, un Puig, un Carulla, un Rodés) y la fémina corajuda dispuesta a convertirse en la primera mujer que preside el Cercle; entre el candidato de la «nomenklatura» empresarial (que, casi de contrabando, incluye en su lista a la gallega Camino Quiroga, mujer de Tatxo Benet, socio de Jaume Roures) y la «outsider» a quien apoyan (en principio, vaya usted a saber) las «torres negras» de la Diagonal. Los programas de ambos hablan de acercar al socio a la toma de decisiones, de abrir la institución a la participación de las mujeres, de reorientar objetivos hacia las nuevas tecnologías de la información… Ambas, sin embargo, escurren el bulto a la hora de hincarle el diente al primer y principal problema que tiene postrada a Barcelona y Cataluña desde hace tiempo, que no es otro que el de un nacionalismo convertido en separatismo paralizante.