La libertad por la que clamaba Goyo y lo que es hoy

Goyo. Así le llaman a Gregorio Ordóñez su mujer, su hermana y su hijo. Y algunos amigos cercanos. Yo no le conocí, pero con todo lo que he oído y visto de él posteriormente, me hubiera gustado haber hecho lo posible por acercarme a él en su momento. A mí, como a otros tantos vascos, no me había llegado aún el kairós, ese momento decisivo a partir del cual algo transcendente cambia en uno. Lamentablemente. ¿Cómo hubiera sido todo si hubiéramos tenido la experiencia consciente de lo que ocurría a su debido tiempo?

Con todo el respeto, le llamo Gregorio. Le he conocido en toda su intensidad a través su legado y su testimonio. Su voz, su estilo personal, me son muy familiares. La extraordinaria exposición, que con esmero infinito ha diseñado su mujer, recoge tan bien todos los rastros posibles de su vida que ayudan a dibujar su persona casi en tres dimensiones. «La vida de los muertos está en la memoria de los vivos», pensó Cicerón.

Superficialmente, San Sebastián está igual de bonita que la que conoció Gregorio, ha habido obras y mejoras de todo tipo, lógicamente, pero en esencia mantiene el mismo encanto que entonces. Seguramente, la mayoría de los cambios que se han producido en la ciudad, en estos años sin él, pueden valorarse como positivos. La inabarcable cantidad de sangre inocente que regó sus calles se ha sustituido por unas pequeñas placas con nombres.

Imaginamos que el lógico cambio generacional irá aportando sigilosamente imperceptibles cambios en su estilo de vida. Son esas nuevas ramas genealógicas en las que depositamos, en una apuesta a ciegas, nuestra fantasía de vidas futuras mejores que la nuestra.

«Euskadi es una jaula muy bonita…pero los pájaros…un poco raros», me dijo una vez el hijo de una víctima del terrorismo que mantenía su residencia en el inquietante pueblo en el que mataron a su padre. Los pájaros adultos vascos vuelan con la pesada culpa del pasado.

La libertad por la que clamaba Gregorio a puro grito en las calles de su ciudad o ante cualquier micrófono, ha ido cambiando de bando para llenar las bocas de gentes que, fundamentalmente, no creen en ella. Precisamente las de aquellos a los que Gregorio deseaba poner entre rejas.

En el neo lenguaje diseñado a fuego lento por la llamada «izquierda abertzale» se utiliza la libertad como el primer día. Un concepto noble del que se apropiaron desde los primeros asesinatos: la libertad del pueblo vasco. Después, la libertad de los presos políticos. La libertad de los que eligieron matar en vez de no matar. La libertad de los que deciden no revisar su pasado, para qué. La libertad de expresión o de lo que sea y a costa de quien sea. Una libertad que básicamente significa la perversa aspiración de controlar la de los demás. El vigilante del secuestrado en un zulo, esa es la imagen. El vigilante está allí porque ha querido, entra y sale, tiene su familia, sus proyectos más o menos, pero siente que es únicamente su vida libre la que tiene el valor suficiente, en absoluto la de los demás. Él y su «pueblo» tienen que ser libres y no importa el cómo, lo conseguiremos. Torturar, robar, matar, a nadie le gusta, pero el sacrificio merecerá la pena. Por la libertad del «gran proyecto» siempre hay que controlar muy de cerca la libertad de los demás. Solamente los «elegidos» saben qué nos conviene al resto.

Ahora leemos que lo que llaman «formación abertzale» celebra un congreso con una apuesta clara por la independencia, la vuelta de los presos y la entrada en la dirección de históricos etarras y nos quedamos tan anchos.

Un periodista dice que «Sortu busca reforzar su perfil pactista sin romper con su pasado». Que no se mate «por política» es ya un gran adelanto en cualquier sociedad del tercer mundo, pero que en el primer mundo, los que mataban se vuelvan pacifistas en su propia sociedad sin renunciar a su pasado es bien raro. Los pájaros no lo son tanto.

El presente es «pacífico» pero enrevesado y no es exactamente fruto de un pasado glorioso. Seguimos con pueblos perseguidos, cada vez más presos políticos, con democracia insuficiente y mordazas y tal y tal. Esto no me gustaría que lo leyera Gregorio.

Solo siendo espectadores esto no funciona correctamente. O por ser precisamente, solo espectadores, es por lo que nos merecemos observar como pájaros sin trino el espectáculo estrambótico de la herencia del terrorismo. Ojo, nuestra herencia. Así, dejando «correr» ciertas cosas, nunca tendremos ni la más mínima previsión de la que nos puede caer mañana.

Artículo de Iñaki Arteta publicado en La Razón

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