Cada uno a su manera, pero Miguel Gallardo y José Martí Gómez fueron dos personajes clave en esa Barcelona diferente. Martí Gómez como un periodista honesto, que lejos de dejarse arrastrar por las veleidades de la política –como sí hizo su compañero de andanzas Josep Ramoneda, que se pasó a la propaganda y que ha oscilado en los últimos años entre el separatismo light y el socialismo más o menos oficialista según tocara-, se dedicó en exclusiva al oficio de contar las cosas, en prensa y en libros. La crónica judicial barcelonesa destacó en un personaje que tocó todos los palos de la profesión periodística, pero siempre con un toque outsider. En eso se le notaba su afición por el club maldito del deporte catalán, el RCD Espanyol, amor que compartimos y que nos situaba a ambos –más a mí que a él, por supuesto– en los márgenes de la Cataluña biempensante de Barça, foto de Jordi Pujol en el recibidor y convicciones supremacistas sobre la superioridad moral y cultural de los catalanes. Visión nacionalista compartida por Oriol Junqueras y gestionada de manera funcionarial por Pere Aragonès.