El acercamiento de Sortu a los presos de ETA se ha convertido, por todo ello, en una base fundamental de su estrategia. Ya entre marzo y junio de 2020 representantes de Bildu se entrevistaron, autorizados por el ministerio del Interior, con once de ellos; pero ha sido en las últimas semanas cuando esta aproximación se ha intensificado. La portavoz de EH Bildu en el Congreso, Mertxe Aizpurúa, visitó así, a comienzo de enero, en las prisiones de Puerto I y Puerto III a trece etarras, entre los cuales se encuentran algunos de los más irreductibles de la organización terrorista que, hasta ahora, han apoyado a ATA. Unos días más tarde, Joseba Azkarraga —que fue senador y consejero del Gobierno Vasco, así como uno de los artífices de la excarcelación de cerca de un centenar de presos pertenecientes a ETA VIII Asamblea entre 1982 y 1986, al disolverse ETA político-militar— remachó la tarea acudiendo a las mismas prisiones. Y, por otra parte, Arnaldo Otegi envió una carta a todos los presos invitándoles a afiliarse a su coalición electoral y convertirse en bilkides. La misiva —que no tiene desperdicio por su cursilería y su retórica sentimental— deja claro que «EH Bildu necesita la experiencia y la fuerza de las celdas para que su proyecto político crezca» y se consiga, de ese modo, «dar a este pueblo la palabra y la decisión, en el camino hacia la consecución de una República Vasca»; y señala también que, para lograrlo, se precisa «la derogación de la política penitenciaria de excepción, sustituyéndola por una política penitenciaria general y constructiva», a partir de la cual «se acordaría un calendario que posibilitaría la libertad de las personas presas y la vuelta a casa de las refugiadas y deportadas». Todo un programa probablemente acordado con el gobierno de Sánchez, de cuya concreción práctica se ocupa Grande-Marlaska.