Marlaska se mete a economista

No sé si será porque ya se ha aburrido de privilegiar a etarras presos y de soportar quejas de policías y guardias civiles, o porque está empezando a hacer méritos ahora que se abren las posibilidades de promoción en el gobierno, o porque es un chisgarabís al que le gusta mojar en todas las salsas a su alcance, el caso es que el otro día, aprovechando la ocasión que le brindó una pregunta en rueda de prensa, don Grande-Marlaska se metió a economista. Naturalmente lo hizo para ensalzar los grandes logros de Sánchez en esta materia, fruto sin duda de los doctorales conocimientos de este último.

El arranque por chicuelina fue espectacular, pues se trataba de marcar paquete con la diferencia entre un gobierno progresista y los precedentes de la derecha. Ya se sabe, mientras que a ésta sólo le ponen los ricos, aquel se desvive por el pueblo. Y así, don Grande-Marlaska fue meridiano al afirmar que «no hemos dejado a nadie atrás para dar respuesta al conjunto de los ciudadanos». Aunque esto es una cuestión más bien geográfica, atrás, atrás, es posible que no se haya quedado nadie, pero los han sido puestos a un lado para que no incordien y, sobre todo, para que no estropeen la estética de la grandiosidad gubernamental, son más bien muchos, y en todos los terrenos. Que se lo digan si no a los deudos, familiares y amigos de las casi 40.000 víctimas que, entre asesinados, heridos y damnificados, ha dejado ETA durante su periplo terrorista; o también a los millones de españoles que han visto rebajados sus derechos civiles durante los estados de alarma; o a las decenas de miles de autónomos y empresarios que se han quedado a dos velas esperando unas ayudas proclamadas aunque inexistentes; o a los centenares de miles de pobres que se han visto atrapados en la inoperante burocracia del ministerio de la Seguridad Social a la espera de cobrar el Ingreso Mínimo Vital; o a los no menos de seis millones de empleados que han visto reducidos sus ingresos; y así un alargado etcétera.

Lo que vino después no pasó de faena de aliño, más bien mediocre y mal rematada. No porque el morlaco careciera de casta, sino porque el diestro no pasaba de maletilla poco entrenado y peor enterado. Don Grande-Marlasca se aturulló mencionando por lo genérico las medidas sociales, económicas y financieras del gobierno, sin desplegar su catálogo ni hacer mención de sus virtudes individuales en los terrenos micro y macroeconómico, de manera que no pudo dar la novedad de ningún dato sobresaliente ni anunciar alguna esperada medida de alivio a los damnificados por la crisis. En vez de eso, se limitó a afirmar que lo que el gobierno ha hecho es tan «importante» que ha «permitido que el tejido productivo parara lo mínimo imprescindible». Menos mal que ha sido así —añado yo— porque si no la reducción de la actividad económica, en vez de habernos hecho retroceder dos décadas, podría haberse situado en el nivel medio siglo antes. Total, qué más da habernos quedado a la cola de Europa, porque, sostiene don Grande-Marlaska, ahora que se han aprobado los Presupuestos Generales del Estado —«refrendados por el Congreso y el Senado», dice, desvelando así su supina ignorancia del procedimiento presupuestario— y que tenemos a nuestro alcance los dineros comunitarios, «se dispone de los instrumentos necesarios para poder enfrentar 2021 con muchas esperanzas». Tantas —añado yo por mi cuenta— que resulta inexplicable el retroceso de los indicadores de compra con tarjetas de crédito de los españoles o la espectacular multiplicación del ahorro, batiendo todos los records precedentes e inmovilizando en cuentas corrientes una buena parte de los recursos financieros de los que disponen las familias y las empresas. ¿Cómo es posible que, habiendo tan grandes esperanzas, los españoles que todavía cuentan con posibles no quieran rascarse el bolsillo por si acaso? No nos precipitemos, porque don Grande-Marlaska aún no ha expresado una teoría al respecto, tal vez porque se le ha atascado la lectura de Keynes y no le han hecho mella sus ideas sobre la «trampa de la liquidez». Pero ha amagado con ella aludiendo a un factor exógeno —la vacuna— con cuya «llegada podemos tirar adelante». Grandioso si no fuera patético.

Tan patético que produce vergüenza ajena. Tal vez por eso, al entrar con la espada ha tocado hueso y ni siquiera ha acertado en el descabello. Y así concluyó su periplo economicista: el gobierno —dijo— «ha trabajado duramente para afrontar la crisis de una forma diligente». ¿Diligente?, me pregunto yo por mi cuenta y riesgo, asombrado. Porque aún está por ver qué va a hacer el gobierno para abordar los dos principales problemas que se han suscitado con la crisis epidémica: la desvalorización del capital y la perentoria necesidad de recualificar a los varios millones de trabajadores que, de repente, se han quedado sin faena en los sectores tradicionales de servicios y que necesitan adquirir nuevos conocimientos y competencias laborales para reubicarse en el sistema productivo. Claro que esto es muy complicado y de poco relumbrón político. Tal vez por eso ni don Grande-Marlaska ni sus otros colegas del gobierno están interesados en ello.

Artículo de Mikel Buesa publicado en Libertad Digital

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