“Ninguna izquierda reaccionaria defiende el nacionalismo. Solo lo hace la española”

El profesor de Filosofía Política de la Universidad de Barcelona Félix Ovejero ha dedicado cientos de páginas —entre libros, columnas y tribunas— para explicar lo que él considera el naufragio de la política y su incapacidad para ayudarnos a organizar nuestra vida compartida. En ocasiones pesimista, su realismo está vacunado contra cualquier ensoñación o autoengaño.

Es también doctor en Ciencias Económicas por la Universidad de Barcelona, donde enseña Filosofía Política y Metodología de las Ciencias Sociales. Junto a Albert Boadella, Félix de Azúa, Arcadi Espada y Teresa Giménez Barbat formó parte de los fundadores de Ciudadanos hace ya más de una década.

Columnista habitual de El País, desde hace dos años publica sus análisis en el diario El Mundo. Su obra está formada por una veintena de ensayos, entre ellos: Proceso abierto: el socialismo después del socialismo (2005), ¿Idiotas o ciudadanos? el 15-M y la teoría de la democracia (2011), El compromiso del creador. Ética de la estética (2014), La seducción de la frontera (2016), La deriva reaccionaria de la izquierda (2018) y el más reciente Sobrevivir al naufragio (2020).

Sobre unos presupuestos posiblemente aprobados con los votos nacionalistas e independentistas y también sobre un mapa nacional donde las instituciones procuran resistir a las injerencias del Ejecutivo, Félix Ovejero comparte con Vozpópulialgunas ideas sobre el contexto político español, marcado, asegura, por la pandemia y la deriva reaccionaria de la izquierda.

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‘Sobrevivir al naufragio’. Bien, ¿pero a cuál de todos?

Pues al que supone que decisiones importantes tengan que ser tomadas con los gobiernos más torpes y más deshonestos. Eso nos deja en las puertas de la pregunta más seria: ¿tenemos las mejores instituciones para esos retos con esa letal combinación? Quizá hasta ahora hemos vivido en una ficción y ahora las instituciones se ven sometidas a un test de estrés en la que se ponen en juego hasta los derechos de los ciudadanos.

Primero deben resistir las embestidas del Ejecutivo, ¿no le parece?

Los clásicos dirían que la última esperanza es el compromiso ciudadano para tratar de defender las instituciones, porque, sin el aliento ni la lealtad de los ciudadanos, están incapacitadas y por eso condenadas a volverse algo vacío y estéril. Yo confío poco.

La herramienta de la que disponen las personas es el voto. Pero en un contexto de polarización, la ciudadanía ha quedado travestida en gresca.

El diseño de las instituciones, que viene de los padres fundadores, está pensado para funcionar incluso con una ciudadanía inerme. Si la democracia funcionara muy bien, los ciudadanos que no son virtuosos (porque no tienen interés en lo público o son ignorantes) con sus elecciones escogerían al mejor. Pero todos sabemos que los ciudadanos somos miopes y preferimos un caramelo hoy, en lugar de cinco mañana. Con esos mimbres juegan los políticos. Frente a eso hemos diseñado unas instituciones como los bancos centrales o los tribunales constitucionales, que deben protegernos de las decisiones torpes que toma esa ciudadanía. Lo que pasa es que esas propias instituciones, y siento ser tan pesimista, son también permeables a los poderes del gobierno, como lo estamos viendo.

A eso hay que añadir que las propias circunstancias de la pandemia hacen poco probable que la gente salga a la calle. Tradicionalmente, quien tiene las terminales de la movilización social y política es la izquierda. Como ahora mismo la izquierda es la que gobierna, se produce la paradoja de que las políticas más de derechas las hace la izquierda, como ocurrió en el caso de Tsipras, sin nadie protestando. Si esta gestión le hubiera tocado al PP, la calle estaría ardiendo.

¿Las generaciones de relevo, tanto del PSOE como PP, renunciaron a los valores de la generación previa? ¿No hubo vocación de continuidad?

Percibo una cierta nostalgia en su tono. Quizá deberíamos prevenirnos de esa otra variante del sesgo retrospectivo. Si uno lee lo que escribían Felipe González y los demás cuando tenían 30 años, Mao era un tibio, lo que ocurre es que aprendieron después. Pero aquellas ignorancias se explicaban. Las de ahora, que son aquellas imbecilidades en nuevas variantes, son un enigma. En realidad, una deshonestidad intelectual. Pero es que los sistemas de selección de las clases políticas priman a los peores. Eso está razonablemente demostrado. Al final, quienes acaban pesando en el partido político, digas Lastra, Ábalos o el propio Sánchez, son personas sin ninguna formación intelectual y en ocasiones sin ningún tipo de escrúpulos. Lo único que han hecho es carrera política.

«Lastra, Ábalos o el propio Sánchez,
son personas sin ninguna formación intelectual
y sin ningún tipo de escrúpulos»

En la derecha, en el último gobierno del PP, al menos tenían un coste de oportunidad: no eran personas con una altura ideológica y con convicciones profundas, pero sí con una calidad técnica. Para esto hay explicaciones parciales: la democracia propicia la selección adversa, lo que se llama paradoja de Jünger: sabemos lo que hay qué hacer, lo que no sabemos es cómo salir elegidos si decimos lo que queremos hacer. Si quiere la explicación completa, acuérdese de lo que Taleb llama la ingratitud hacia el héroe silencioso: “Todo el mundo sabe que es más necesaria la prevención que el tratamiento, pero pocos son los que premian los actos preventivos”. No solo tenemos a los más inútiles sino a los más indecentes.  

¿Puede dar un ejemplo específico?

Un político que previene una acción terrorista o una epidemia no la puede rentabilizar políticamente. En cambio, si hay alguien que dice que pueden venir problemas, como le pasó a Pizarro con Solbes, los ciudadanos no lo escuchan. La clase política, que era mala, ha pasado a ser peligrosa. Podemos poner como ejemplo al Partido Socialista Catalán (PSC). Es un partido sin convicciones. Si no las tiene, ¿qué vas a defender? Es oportunista. Pero ese ejemplo en concreto necesita explicación, una más detallada de la que puedo ofrecer en este momento.

Antes de degradarse la política, se degrada el lenguaje. Hemos cruzado esta frontera hace tiempo. ¿Puede empeorar en un entorno democrático como el de España?

Hace poco, bromeando con una amiga, le decía que si hace tres años, en Cataluña, esperábamos que el Gobierno de España nos protegiera de nuestros gobiernos, porque veíamos nuestros derechos en peligro, ahora confiamos en Europa para que nos salve del Gobierno. ¡Cuidado, que en el próximo paso solo nos quedará Dios! (Risas). Aquí la corrupción no se penaliza, dimite Cifuentes por unas cremas y otro que está condenado, hasta que no lo echen, no se va. O también, si algún ideólogo, como puede ser Pujol, confiesa que estuvo robando fiscalmente, pues la sociedad lo acepta. La degradación de la vida política es absoluta. Las descripción más apocalíptica siempre será contenida.

Nuestros mecanismos de balance dentro del sistema no funcionan. No me gustan esas calificaciones de bolivariano y ese tipo de cosas, me parecen parte de la retórica política urgente y precipitada, pero la verdad es que empieza uno a hilvanar lo que sucede con la Fiscalía, con el Consejo General del Poder Judicial, con Televisión Española  y la nueva ‘ley mordaza’, pero también con los seis meses de manga ancha en el Parlamento renovando el estado de alarma sin dar explicaciones… La hipótesis que aglutina eso de modo más económico es la de una vocación totalitaria notable.

Eso podría hacerlo un dictador romano,
que viene a sanear la república durante seis meses,
pero es que aquí tenemos un personaje inquietante

Eso podría hacerlo un dictador romano, que viene a sanear la república durante seis meses, pero es que aquí tenemos un personaje inquietante, su biografía está plagada de mentiras y fraudes. Nunca ha habido un político que una semana antes hubiese dicho un programa absolutamente contrario al que ya ha propuesto. Lo asombroso es que la gente, incluida una parte del gremio intelectual, la opinión pública y el periodismo en particular, no esté dispuesta a decir nada contrario a eso. Yo entiendo al periodismo de nómina, servil, incluso a los viejos serviles. No dan más de sí, pero que gente que piensa y son funcionarios estén pendientes doctrinalmente de Lastra…

Hay una serie de herramientas que han permitido convertir en pueriles algunos debates. Hablo del igualitarismo aplanador, el sentimentalismo y el victimismo. ¿Existe una predisposición ideológica a ese neopopulismo?

No todo es lo mismo: yo, que he escrito bastantes cosas en defensa del socialismo, soy radicalmente igualitario, se trataría de que cada uno tenga las mismas posibilidades reales de hacer sus planes de vida en libertad. Pero lo de ahora nada tiene que ver con esa tradición. Ni siquiera con la ilustrada. Es un nuevo oscurantismo, que veta las críticas, pura chatarra intelectual, que, además, están intentando convertir sus ideas en un cuerpo doctrinal. Es esto que yo mismo he calificado de izquierda reaccionaria. Es comparable con la religión: ideas sobre la vida de todos, sostenidas en principios doctrinales, incompatibles con la buena ciencia, y que además, cuando los criticas, se ofenden e imponen el silencio.

El problema es que enfrente no hay nada, porque nadie está dispuesto a explicarlo o rebatirlo. Y lo asombroso es que la mercancía averiada se impone porque enfrente no hay nadie. Basta con ver lo sucedido con las políticas de la identidad. Viejos argumentos de la más oscura historia intelectual de Europa repetidos por nuestra izquierda. La tradición y, aún peor, los privilegios. Algunos podemos hacerlo, pero insisto de nuevo en la falta del balance en el sistema. Suelo repetir que yo soy radicalmente igualitarista y no hay nada más discriminatorio que la política lingüística. No solo entre los catalanes, entre los pobres, más exactamente, cuya movilidad social se cierra. También, y aún más, entre españoles. El problema es que el resto de los españoles tiene vetado el acceso laboral en buena parte de su país.

Es un nuevo oscurantismo,
que veta las críticas, pura chatarra intelectual.
Pretende convertir sus ideas en un cuerpo doctrinal

Usted estuvo entre quienes auparon a Ciudadanos. De cara a esta semana y del papel que intenta jugar con los Presupuestos, ¿qué pasó y qué pasa con los naranjas? ¿el híper liderazgo los descoyuntó?

¿Tienes el resto del día para hablar? (risas) Sobre eso quisiera yo hablar largo. Nosotros alentamos la aparición de un partido. No lo perfilamos ideológicamente por las propias diferencias que existían entre nosotros, pero el partido mal que bien recaló en una izquierda liberal, socialdemócrata o liberal en el sentido norteamericano, progresista, que es lo que falta en España. Ese espacio quedaba por cubrir. Cuando se lanza este proyecto, lo que ocurre es que en cierto momento, y esto son conjeturas, Albert cree que tiene la oportunidad de liderar la oposición e intenta ponerse a la cabeza de una de las tres derechas. Una vez que eso fracasa, se acaba Ciudadanos.

Yo insistía en que Ciudadanos debía continuar y apostar por la izquierda. De los que estábamos ahí, para entendernos, yo era el más rojo. Pero el asunto es que, una vez fracasado ese intento, no puede seguir. No puedes ir diciéndole a la gente: ahora soy de derechas, ahora izquierda liberal. La segunda parte de lo que ha ocurrido es un caso sociológico: Ciudadanos originalmente se nutre de gente que está en Cataluña batallando contra el nacionalismo y que tiene la experiencia del desprecio nacionalista. Cuando deciden convertirse en un partido nacional, y asoman otros mimbres humanos, con otros incentivos, Cataluña pasa a ser un asunto menor.

Si Ciudadanos comenzó en Cataluña como partido constitucionalista, ¿cómo puede apoyar a un Gobierno que pacta una mesa para la autodeterminación?

Eso no tiene ni pies ni cabeza. El truco de Sánchez ha sido escandaloso. Ciudadanos ha decidido jugar a la estrategia de ‘yo quiero algo a cambio de apoyarte los Presupuestos’. Pues bien, date cuenta de lo que se ha producido con la desaparición del español como lengua vehicular: Sánchez amenaza con algo más gordo todavía de lo que había hecho. Entonces los de Ciudadanos deponen sus peticiones, en lugar de conquistar algo. Al final se legitima lo que había, revestido como conquista. Se revestiría, porque ni siquiera se va a desandar camino.

Albert cree que tiene la oportunidad de liderar la oposición.
Una vez que eso fracasa, se acaba Ciudadanos

En su Tribuna del pasado lunes plantea que las negociaciones con nacionalistas equivalían a comunicarse con un ciego con unas banderas. ¿Puede hablar más sobre eso exactamente?

No me refería a los nacionalistas, sino al Gobierno. La tesis fundamental del artículo es que Pedro Sánchez, y ya por derivación Pablo Iglesias, no comparten códigos morales convencionales que hacen posibles los debates y las críticas. Actúan como agentes estratégicos con los que se negocia en términos de fuerza y chantaje, que es lo único que conocen. Es como invocar a Dios ante un ateo. Hay un ejemplo magnífico: la parlamentaria nacionalista que dice que a ella el interés general, con perdón, se la suda. Con una persona así no cabe razonar. Y eso es hoy el PSOE. Hemos cambiado el territorio de la política al poder desnudo y la fuerza. De momento, lo único que nos libra es la ley, pero sólo de momento.

¿Existe algún ejemplo histórico en los últimos 200 años con el que pudiese compararse la situación actual?

Me costaría creerlo. La recomposición de la sociedad española es tan profunda… La historia es un saco enorme de acontecimientos en el que cada cual escoge los que quiere para montar sus cuentos. Todo ese rollo de “vuelven los comunistas” es un delirio. ¿La propiedad colectiva de los medios de producción? Si el Ibex aplaude al Gobierno. ¿Los sóviets? Yo a mis escasos amigos de Podemos les pregunto en broma si los círculos ya han votado tragarse la reforma laboral. No caben los paralelismos. España hoy, en el paisaje moral, parece la más progre: el matrimonio homosexual, la liberalidad de costumbres… Vamos, que en el Mayflower no se subiría ninguno de los españoles. No somos puritanos. Ha habido un proceso de decantación y tolerancia. Lo que ocurre es que, a su vez, eso ha servido para abonar el terreno de inanidad intelectual. Con la particularidad española, que es la gran singularidad: el proceso de desintegración.

Ninguna izquierda reaccionaria de las que ahora circulan,
entre todas sus majaderías,
incluye la defensa del  nacionalismo

Ninguna izquierda reaccionaria de las que ahora circulan, entre todas sus majaderías, incluye la defensa del nacionalismo. Solo lo hace la española, precisamente cuando España es más homogénea culturalmente. Mira los apellidos: Barcelona es una gota de agua con Madrid. Nunca se ha hecho más evidente que el nacionalismo invoca una realidad que se inventa. Y por eso no hay solución compatible con atender a sus demandas: el nacionalismo vive de los problemas que crea. Lo asombroso es que la izquierda acabe defendiendo la cochambre intelectual nacionalista, cuya trama fundamental es el pensamiento historicista alemán que reacciona contra la Revolución Francesa, la exigencia de participar en la identidad y el espíritu del pueblo para formar parte de la ciudadanía. Ciudadanos de mejor calidad que otros, según se aproximen al mito esencial. Nada más opuesto al ideal revolucionario inspirador de las revoluciones democráticas, que no contempla grados de pertenencia a la comunidad de ciudadanos: los derechos se tienen o no, no dependen de quintaesencias y conceptos culturales reaccionarios.

¿Qué papel jugaría el modelo autonómico en ese proceso?

Algún día habrá que evaluar en algún momento el Estado de las Autonomías, porque es la maquinaria perfecta para alentar este tipo de cosas. Tenemos que diseñar las instituciones para que esos comportamientos patológicos y desintegradores no sean reforzados. En nuestro caso, me temo, los han amplificado mediante un sistema de incentivos perversos. Y encima ineficaz, como se está viendo con la pandemia. Y ya no sirve el comodín de exigir lealtad. Los nacionalistas se definen porque no tienen ningún compromiso con la lealtad. Es como pedir contención sexual a un violador. La pregunta que nos tendremos que hacer es la responsabilidad del Estado de las Autonomías en nuestra situación actual. Quizá era un lujo de los tiempos de abundancia.

Artículo original en: vozpópuli

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