Algunos siempre supimos que la lengua era el caballo de Troya. Que esa mal llamada “unidad lingüística”, que en el caso balear incluyó cambiar en el Estatuto el nombre de nuestra lengua por el de otra comunidad autónoma, no era más que una excusa para consolidar, paso a paso y en el momento propicio, una unidad política a la que, de todos modos los separatistas, hacían continuamente alusión.