Durante mi segunda legislatura como diputado en el Parlamento Vasco (durante la primera, entre 2009 y 2012, Batasuna seguía ilegalizada), fui el único parlamentario que se negó a hablar, negociar y pactar nunca nada con los representantes políticos de ETA. Como algunos otros hitos que logramos, supongo que tal hecho queda para la historia, y es de esas cosas de las que puedo sentirme orgulloso. Y eso a pesar de que, desde el principio, se me dijo, tanto en público como en privado, que era un error político, dado que tal decisión me limitaba en mis quehaceres parlamentarios, me impedía llegar a acuerdos y pactos con unos y con otros y me ataba de pies y manos; y que, por lo tanto, tarde o temprano, acabaría cediendo a la realidad de los nuevos tiempos y abandonaría ese principio ético y moral que me había autoimpuesto… gustosamente.