La inopinada rectificación anunciada por el presidente del Gobierno en el Congreso acerca de la cuestión de la venta de armas a Ucrania para repeler la agresión rusa, apenas altera la angosta visión que caracteriza a su política con relación a ese conflicto y sus consecuencias. Todo lo contrario que en otros países europeos, en los que la guerra ha despertado una revisión de los viejos tópicos y de las tradiciones apaciguadoras, ensanchando su perspectiva geopolítica, la de Pedro Sánchez se ha visto severamente constreñida por sus compromisos políticos internos, reflejados en un Gobierno en el que los afines al atacante –rebosantes de estorbos ideológicos y también de supina ignorancia de los asuntos internacionales– condicionan su iniciativa. Hemos visto así que hasta en los países neutrales –Suiza, Suecia y Finlandia– se ha producido un profundo cambio que los compromete con la nación invadida. Pero quizás las expresiones más genuinas de este nuevo paradigma sean la decisión del canciller Scholz de reforzar con determinación el ejército alemán y el discurso del presidente Macron en apoyo a las fuerzas armadas francesas, a lo que cabe añadir el volcado humanitario del flanco oriental de la Unión Europea, singularmente de Polonia, ante la oleada de refugiados que alcanzan su frontera.