Por qué no soy nacionalista (identitario)

Hace unos días, un amigo me preguntó si yo era un catalán de pata negra. Entendí lo que me quería decir y le contesté que la pregunta quizás estaba mal formulada.
Quería decirme que mi genealogía familiar se remontaba a personas siempre nacidas en Cataluña. Seguramente ello es así, no he hecho averiguaciones específicas sobre mis apellidos, pero hasta donde sé estos parecen todos de raíz catalana: Carreras, Serra, Guiteras, Forn, Pinadell, Font y Fortuny. Siete apellidos catalanes. No sé más.

Pero también le dije que esto me era indiferente, este linaje no formaba parte de mi identidad personal, la cual se había ido formando a lo largo de la vida por factores muy diversos, no solo por mis orígenes familiares, por más que sin duda me hayan influido mis padres y abuelos, mis hermanos y mis tíos, también mis descendientes, hijos y nietos. Es decir, mi familia, que va conformando, sobre todo en la infancia, la personalidad propia de cada uno.

Pero después se añaden otros factores mucho más importantes que van perfilando tu manera de ser y de pensar, tu identidad individual siempre en transformación. Factores como son la enseñanza que te suministran las experiencias de la vida, las lecturas, las parejas con las que convives, los amigos, los profesores, el trabajo escogido, el arte y la música, en general el mundo que te rodea sabiendo que hoy no habitas en una reducida tribu asentada en un territorio fijo e inamovible, sino que tu actual tribu abarca todo el mundo. Eres ante todo un ser humano cosmopolita y puedes tener más afinidad con personas que vivan al otro lado del planeta que con tus vecinos de escalera a los que quizás conoces de toda la vida.

«Eres ante todo un ser humano cosmopolita y puedes tener más afinidad con personas que vivan al otro lado del planeta que con tus vecinos»

Por ello es tan rancio y pasado de moda, tan de otras épocas, el nacionalismo, una ideología con peligrosas derivadas políticas que es concebida sin fundamento alguno como algo innato, derivado de la misma naturaleza de las cosas: uno es catalán, español, alemán, mexicano, turco o lo que sea porque ha nacido en estos territorios y su personalidad, desde el punto de vista nacionalista, está determinada por este origen sin poder sustraerse el resto de la vida a esta decisiva y dominante influencia. Es la tiranía del origen que impide, o al menos limita, el desarrollo de tu libertad. En este aspecto el nacionalismo se puede ser incompatible con la libertad individual, la única existente.

Sin embargo, y de ahí muchas de las confusiones actuales, el término nacionalismo tiene significados diversos, en especial dos: uno deriva de la idea de nación política y otra de la idea de nación identitaria. Distingamos.

La nación política – o jurídica, o constitucional, o cívica, si se quiere – es aquel concepto, expuesto magistralmente por Sieyès en 1789 según el cual la nación está formada por el conjunto de ciudadanos iguales en derechos, sin privilegios que los discriminen, que habitan un determinado territorio, pagan los mismos tributos y están representados mediante el voto en una asamblea.

Ello era totalmente innovador en la época. Es sustancialmente la misma idea de nación que figura en la Constitución de Cádiz o en la actual Constitución española. El Estado, estructurado con base en la Constitución y al resto del ordenamiento jurídico, es un instrumento con un determinado fin: la igual libertad de los ciudadanos, titulares de los derechos fundamentales que la Constitución les garantiza. Los dos grandes valores que sustentan este edificio político-jurídico son, pues, la libertad individual y la igualdad entre ciudadanos.

«La nación identitaria es una idea distinta y se basa en las ideas románticas de Herder y Fichte, diferentes a los franceses ilustrados«

La nación identitaria es una idea radicalmente distinta y se basa en las ideas románticas de Herder y Fichte, en esta faceta muy diferentes a la de los revolucionarios franceses ilustrados. En este sentido identitario la nación se constituye en torno a la idea de pertenencia a una comunidad dotada de determinados rasgos comunes como pueden ser la lengua, la raza, la tradición, el derecho antiguo, la religión, un pasado histórico compartido, las costumbres o una determinada manera de ser, es decir, un supuesto carácter nacional.

Así como la nación política tenía como elemento central un hecho objetivo –una ley igual para todos-, estos rasgos comunes están basados en sentimientos de naturaleza subjetiva que en sí mismos confieren lazos de solidaridad entre las personas que forman tal comunidad. Para Herder, por ejemplo, no eran los individuos – es decir, unos seres libres e iguales en derechos – los que daban carácter a una nación sino, por el contrario, era la nación alemana preexistente, su lengua y su cultura, la que daba carácter e identidad a los individuos.

«Podemos hablar de «nacionalismo excluyente», aquel que limita ejercer su libertad a quienes no comulgan con una supuesta identidad«

Así pues, la identidad constituida por esos rasgos colectivos pueden limitar o anular la libertad de los individuos si se anteponen a la ley o esta los convierte en obligatorios. Naturalmente, no siempre este sentimiento de pertenencia es necesariamente ilegítimo desde el punto de vista de las democracias liberales. Cada uno es libre de sentirse nacionalista (identitario) de lo que quiera, ello entra dentro de su derecho a la libertad ideológica.

Pero otra cosa distinta, decididamente antiliberal, es que los ciudadanos estén vinculados jurídica (o socialmente) por esos supuestos rasgos comunes imaginados o inventados por una élite política y cultural dominante. Es en ese aspecto que podemos hablar de «nacionalismo excluyente», es decir, aquel nacionalismo que limita ejercer su libertad a quienes no comulgan con una supuesta identidad colectiva acerca de la cual no se le ha pedido su consentimiento.

En este sentido me defino como no nacionalista identitario. Me siento vinculado a aquellos conciudadanos que forman parte de mi nación porque así lo establece la ley. Esta ley se extiende hoy a la UE e, incluso, al resto de la comunidad internacional vinculada por el derecho internacional. En este sentido me siento español, europeo y cosmopolita. Y en el fondo, me siento ante todo un ser humano, solidario de los demás seres humanos, sean de la nación política que sean.

Artículo de Francesc de Carreras publicado en El Confidencial

Comparte

Share on twitter
Share on linkedin
Share on facebook