‘Rebeldes con causa’

Cuando el escritor y filósofo francés Albert Camus se preguntaba qué era la rebeldía, explicaba que “rebelde es una persona que dice NO”. Tristemente hoy, en Euskadi, la reflexión del filósofo se vuelve fácil de evocar en una actualidad en la que se hace necesario defender un espíritu colectivo de rebeldía que se haga oír alto y claro para decir “NO” a una serie de dinámicas, ritos y lugares comunes que llevamos demasiado tiempo asumiendo con incomprensible normalidad.

Es cierto que convivir durante décadas con el terror, con asesinatos constantes en nuestras calles, convivir durante décadas con vecinos que amparaban y jaleaban el asesinato acaba por alterar la percepción de lo que una sociedad puede interpretar como normal y tolerable.

La inmensa mayoría de la sociedad vasca nunca aceptó como tolerable la violencia, pero desaparecida ésta -en su forma más cruda y cruel- de nuestras calles, se ha instalado en nuestro seno la cómoda idea de asumir como tolerable cualquier manifestación siempre y cuando no sea violenta.

Pero, aun sabiendo que nada de lo que sucede hoy día es equiparable al terrorismo, ¿son tolerables las expresiones no violentas de adhesión a un pasado violento? ¿Son tolerables los homenajes a los terroristas, aunque se expresen de manera totalmente pacífica? ¿Es tolerable que desde sectores de las propias instituciones se relativice el valor y la dignidad de una vida humana en determinadas circunstancias o bajo determinadas aspiraciones políticas? ¿Qué relación con su pasado inmediato guarda una sociedad que convierte a quienes son incapaces de condenar tantos y tantos crímenes en la segunda fuerza más votada en la Comunidad Autónoma Vasca?

En la Euskadi de hoy parece imponerse el deseo de no mirar atrás. En algunos casos, podríamos suponer, tanto sufrimiento empuja a olvidar, a desterrar de la memoria tantos dramas vividos para poder afrontar el presente sin amargura. En otros casos, seguramente, la mirada al pasado devuelve el recuerdo de actitudes y posicionamientos siniestros y crueles que, pasada la vorágine de la violencia, son difíciles de asumir. O puede que sea el recuerdo de los silencios, a veces cómplices, a veces simplemente cobardes, lo que se quiere esquivar.

Ante todo esto, se erigen los rebeldes. Rebeldes hoy muy lejos de la valentía heroica que mostraron quienes se interponían entre las balas y nuestra democracia, por supuesto, pero rebeldes con causa. El lector podrá interpretar, según su experiencia personal, qué peso dentro de la sociedad actual representan estos rebeldes, pero no podrá negar que para muchas capas de la sociedad son voces incómodas que no gusta escuchar. No es agradable sentirse forzado a mirar atrás cuando es difícil sentirse orgulloso del pasado desde el punto de vista tanto colectivo como individual. Algunos podrán decir que, además de ser desagradable, es innecesario. ¿Pero cómo puede ser innecesario reencontrarnos con nuestro pasado más reciente?

La realidad es que analizar el pasado es un obstáculo para quienes desde la búsqueda de la amnesia colectiva pretenden imponer un relato que no solo borre, sino que reescriba y resignifique lo que sucedió en este país. Apartar de la conversación pública la reflexión sobre lo que aquí sucedió es vital para quienes se niegan a deslegitimar su trayectoria violenta con el fin de poder arrogar a determinados proyectos políticos – asombrosamente- una cierta superioridad moral.

Por eso es importante decir “NO”. Aunque no sea fácil de decir ni cómodo de oír. No a la utilización impune de los espacios públicos para homenajear a terroristas. No a la normalización de discursos políticos incapaces de poner la vida humana por delante de las aspiraciones políticas.

Para que en determinados lugares de nuestro país siga justificándose a día de hoy el terrorismo, pero sobre todo, para que se continúe homenajeando a quienes asesinaron, ha de darse una conjunción de múltiples factores. Por un lado, la fascinación que la violencia ha ejercido entre ciertos sectores -minoritarios- de nuestra sociedad. Por otro, la necesidad de un determinado entorno social y político de reescribir lo que representó y significó la acción de estas personas, hasta el punto de que puedan hacer dudar a más de uno de si son éstos los que han contraído una deuda moral con la sociedad o viceversa. Así, los llamados ‘ongietorri’ no son simples reencuentros familiares, son auténticas performances políticas con una clara intención de construir relato y de construir imaginario, es decir, todo un ritual plagado de símbolos.

También aparece otra necesidad, la de camuflar la derrota militar, el colapso de una estrategia que tantas vidas destrozó -también entre los suyos, aunque por diferentes razones- entre el griterío y las proclamas autorreferenciales. Cerrando así el paso a cualquier reflexión sobre el sinsentido de esas vidas arruinadas para producir mucho dolor y ninguna victoria.

Pero hace falta, también, una cierta complicidad pasiva de quienes nunca renegaron del todo del recurso a la violencia, y la renuncia, así mismo, de esa gran mayoría social que considera siniestra toda esta parafernalia a expulsarla de nuestro espacio público.

Hay un combate por librar en Euskadi para que no se confunda la libertad de expresión con el escarnio y la humillación a las víctimas. Hay un combate por librar, también, para que todos nos sintamos interpelados antes estas ceremonias, para que asumamos que, lo que está en juego, no es solo la dignidad o la memoria de unos pocos, sino los cimientos éticos de nuestra propia sociedad.

Pero en esta batalla por el relato, por el lenguaje, por construir unos u otros marcos, no basta con decir “NO”. Se hace vital poder orientar esta lucha, sobre todo, de una manera constructiva.

Cuando un ciudadano, ya sea de manera anónima o dentro de un determinado colectivo, se rebela contra determinadas conductas, lo hace por respeto a quienes padecieron la actividad terrorista. Lo hace por defender su dignidad y por hacer justicia con aquellas personas a las que hoy debemos nuestra libertad, pero no solo. Es fundamental acoplar a esa mirada al pasado una visión de presente y de futuro.

De presente para decir que sí, que efectivamente, el terrorismo de ETA alteró el mapa político, cultural y social vasco de manera irreversible. Que no se explica lo que es hoy Euskadi desde estas tres perspectivas sin ponderar el efecto intimidatorio, de coacción y de directa eliminación física que tuvo el intento violento de imponer un determinado proyecto político. Y que ese miedo, esa ausencia de libertad de expresión, perjudicó mucho más a unas culturas políticas que a otras, por decirlo de manera suave.

Pero no podemos renunciar a incorporar a nuestro imaginario colectivo como sociedad dos realidades innegables. Por un lado, la clara derrota de los terroristas a manos de nuestro Estado de Derecho. Por otro lado, el recuerdo y el reconocimiento de tantas personas que sacrificaron los más valioso que tenían, su vida, para defender los derechos y las libertades de todos. Repetiremos cuantas veces sea necesario que en este país, sí, hubo quien decidió matar para obligarnos a sentir y a ver el mundo de una determinada manera, sí, quienes los jalearon y quienes callaron. Pero que hubo también quienes cada día lo arriesgaban todo para defender, no solo su propia visión del mundo, sino el derecho de todos los ciudadanos a tener y a expresar la suya propia. Estos dos elementos, la victoria de la democracia y el papel de nuestros héroes se erigen como imprescindibles pilares sobre los que asentar nuestra convivencia democrática.

Por último, la visión de futuro. El recuerdo de las víctimas, la denuncia de los asesinos y quienes impunemente les posibilitaron causar tanto mal, son mucho más que un imprescindible ejercicio de memoria o de justicia.

Son parte de una batalla por construir la sociedad vasca del futuro sobre unos cimientos claramente democráticos y respetuosos con las libertades y los derechos humanos. Porque de la manera en que el relato de nuestro pasado moldee nuestro imaginario colectivo, de la manera en que nos contemos a nosotros mismos lo que aquí pasó, depende la forma en la que configuraremos la sociedad del futuro. Si lo haremos dando preminencia a esos elementos prepolíticos y predemocráticos a lo que llamamos valores éticos, o si dejaremos la puerta abierta a que un determinado colectivo se sienta llamado por la historia a erigirse en depositarios de la voluntad de todos, y a colocar sus objetivos por encima de la vida de las personas.

Por eso hoy, en Euskadi, debemos ser rebeldes. Para decir no a tanta miseria moral, pero también porque cuanto más pequeño hagamos ese reducto de miseria más espacio habrá para construir una sociedad sustentada en valores éticos y democráticos.

Debemos esta lucha a quienes tanto arriesgaron en el pasado, pero también se la debemos a quienes vendrán después.

Artículo de Víctor Trimiño publicado en egonon.org

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