Aunque la crisis epidémica evidenció hace dos años la enorme vulnerabilidad de los países occidentales después de que, con el avance de la globalización durante los últimos treinta años, sus sistemas económicos se hubieran desindustrializado, pues fallaron por todas partes los suministros médicos durante meses, ha sido ahora cuando, con el ataque de Rusia a Ucrania, se ha empezado a tomar nota de los graves problemas a los que esa fragilidad conduce. Sin duda, en las cuatro últimas semanas, tanto en Europa como en Estados Unidos, se han vuelto las tornas y la valoración de la dependencia occidental con respecto a las importaciones que llegan de Rusia, China, Oriente Medio y el norte de África ha entrado en la zona negativa. De repente, las que se consideraban ventajas de un mundo desprotegido y abierto a los intercambios se han empezado a desvanecer. Es el regreso a la geopolítica que la amenaza de la guerra desvela como un elemento esencial a considerar por encima del libre mercado.