Snyder relaciona la figura mesiánica en la que se quiere erigir Putin con las ideas nacistas del pensador Ivan Ilyin, al que cita desde hace años en sus discursos. No importa si Illyn, cuyos restos trasladó a Rusia para darle un funeral con honores militares en 2005, fue un exiliado que huyó y despreció la Rusia bolchevique. A Putin le sirven sus ideas nacionalistas y antidemocráticas para reafirmarse en su proyecto totalitario. También echa mano de la gloria pasada del imperio soviético, de cuyos episodios más oscuros, incluida la gran hambruna que impuso Stalin a Ucrania en 1932-33 que costó la vida de casi 4 millones de personas, está legamente prohibido hablar. El máximo líder de la Iglesia ortodoxa apoya la guerra y tiene a su servicio al popular pensador religioso Alksander Duguin, líder anticomunista en el pasado, capaz de usar la ceremonia de homenaje a su hija víctima de un atentado mortal para reivindicar la defensa de la patria rusa contra los enemigos de un degenerado Occidente. La indignidad.