Sobre la libertad, la censura y los inquisidores

El Gobierno de España acaba de aprobar el anteproyecto de ley que reforma la ley del aborto. Entre las medidas que incorpora, destaca una: que las chicas de dieciséis y diecisiete años tengan la libertad de abortar sin la obligación de contar con el permiso paterno. Hay quienes se oponen a este cambio legal porque están contra la interrupción voluntaria del embarazo, sea cual sea la motivación o la causa. Estos, bien por motivos religiosos o racionales, consideran que la vida empieza en el momento de la concepción y que bajo ninguna circunstancia puede ser interrumpido el embarazo. Para quienes creemos que la vida (humana) empieza cuando el feto es viable, consideramos que el embarazo puede ser interrumpido durante las primeras semanas de gestación. No es tanto que el aborto sea un derecho subjetivo e incondicional sino, sobre todo, que sea despenalizado, y que quien quiera abortar no tenga problemas legales. Hay quienes consideran que una mujer, a los dieciséis o diecisiete años, tiene capacidad para quedarse embarazada pero no autonomía para interrumpir su embarazo y, por lo tanto, debe pedir permiso a sus progenitores. Según esta idea, estas mujeres deberían llevar a término su embarazo incluso en contra de su voluntad, si así lo decidiesen sus padres. Esta limitación (en mi opinión inaceptable) a la libertad de la mujer es lo que el anteproyecto de ley, con buen criterio, pretende evitar.

Hace unos meses se aprobó en el Congreso de los Diputados la ley para la regulación de la eutanasia, práctica que desde entonces pueden llevar a cabo los pacientes que lo soliciten siempre que se encuentren en una situación de «padecimiento grave, crónico o imposibilitante o enfermedad grave e incurable, causantes de un sufrimiento intolerable». Quienes se posicionaron en contra de la reforma legal consideran que el ser humano no es libre para decidir cuándo poner fin a su vida, por mucho que ya no quiera vivirla y que lo que realmente quiera es morir digna y libremente. Es nuevamente el choque entre quienes defendemos esa libertad individual y quienes la limitan por distintas razones.

«No se trata de impedir comportamientos que algunos puedan considerar indecentes, inmorales o pecaminosos sino de proteger, otra vez, la libertad de los ciudadanos adultos»

Además, se mantiene vigente el debate sobre la prostitución y hay quienes desean prohibirla en cualquier circunstancia. Según estos, el cuerpo de la mujer no puede ser objeto de contraprestación o contrato, dado que tal idea va en contra de la dignidad de las mujeres (y supongo que de la de los hombres). Sin embargo, una cosa es luchar contra las mafias que explotan y trafican con mujeres y otra impedir que dos personas adultas acuerden, si quieren, prestarse sus cuerpos a cambio de una contraprestación del tipo que sea. Porque no se trata de impedir comportamientos que algunos puedan considerar indecentes, inmorales o pecaminosos sino de proteger, otra vez, la libertad de los ciudadanos adultos. Y cada cual, en el ejercicio de su libre albedrío, puede decidir qué hacer y qué no hacer con su cuerpo, siempre que no perjudique a terceros y se cumpla la legalidad vigente. Hay quienes pretenden ir más allá: son quienes pretenden prohibir la pornografía, por suponer, supongo, la explotación de los actores que protagonizan las escenas que ellos nunca vieron. Son los curas del siglo XXI y, sorprendentemente (o ya no), suelen ser de izquierdas.

Los hay también que pretenden prohibir el uso del hijab a las mujeres que, por las razones que sean, quieren usarlo. Según su teoría, son víctimas de una tradición machista que directa o indirectamente las obliga a usarlo, por mucho que ellas lo nieguen. Tratan por tanto de prohibir el uso libre de una prenda porque en determinados lugares su uso es obligatorio. No comparto sus pretensiones, aunque pueda entender algunos de sus argumentos. Obviamente, hay que impedir por todos los medios a nuestro alcance que se obligue a las mujeres a llevar el hijab y perseguir y castigar a los fanáticos, pero no puede prohibirse llevarlo a las mujeres que libremente quieran llevarlo. Y digo libremente, sean estos los casos que sean. Que el Islam alberga en su seno un componente liberticida y machista inaceptable es por todos sabido, pero ello no justifica prohibir lo que se ha convertido en tradición cultural o simple costumbre para determinadas mujeres que, en sociedades realmente libres, deciden llevarlo. Otra cosa es prohibir prendas por razones higiénicas (bañarse con ropa en una piscina municipal) o por razones de seguridad (llevar la cara tapada). Esto tiene todo el sentido. Aquello no.

«Prohibir fumar al aire libre (incluso en una playa desierta) es una barrabasada que espero no salga adelante. Aunque la verdad es que derechos (y placeres) más altos han caído«

Al parecer, el Gobierno de España pretende dar una vuelta de tuerca a la ley antitabaco, e impedir incluso fumar al aire libre, bien sea en una terraza o incluso en la playa. Es consecuencia del fanatismo sanitario que padecemos y que en esta última época ha cobrado fuerza. Como si la salud solo fuera salud física y como si no pudiera cada cual decidir cuánto y cómo cuidarse. En el fondo, es una corriente prohibicionista que tiene años y que va ganando partidarios, amenazando con pisotear derechos individuales que fueron inalienables y, ay, algunos pequeños momentos de placer que nos hacen felices. Prohibir fumar al aire libre (incluso en una playa desierta) es una barrabasada que espero no salga adelante. Aunque la verdad es que derechos (y placeres) más altos han caído.

No se trata de prohibir lo que no nos gusta… sino de confiar más en los ciudadanos y en su libre albedrío para tomar sus propias decisiones, por mucho que haya que las consideren equivocadas o incomprensibles. Obviamente, salvaguardando el interés general, el bien común y los derechos de los más vulnerables, pues vivimos en sociedad y no en la selva. Las prohibiciones deben ser debidamente argumentadas, y no pueden utilizarse para tratar de imponernos una moral o una determinada forma de comportarse, ni para impedir sin más justificación comportamientos supuestamente incorrectos, nocivos o inapropiados.  

«Si crees en la igualdad entre hombres y mujeres pero opinas que el feminismo actual se está pasando de frenada o que el lenguaje inclusivo es a veces una exageración absurda, serás tildado de machista»

Además, vivimos una época en la que determinadas ideas no pueden ser discutidas y determinadas ideas políticamente incorrectas no pueden ser defendidas. Es obviamente un decir, porque de momento mantenemos el derecho a opinar y a llevar la contraria a los poderes establecidos y a los inquisidores; sin embargo, es cierto que corres el riesgo de ser apartado o ninguneado o, en su caso, (des)calificado de una u otra manera. Así, si cuestionas el Estado Autonómico y reivindicas la centralización de determinadas competencias, pasas a ser anticonstitucional o de derechas incluso aunque seas realmente de izquierdas; si criticas las políticas lingüísticas de los gobiernos nacionalistas, eres un radical o un extremista; si consideras intrínsecamente bueno defender la unidad de España frente a quienes quieren romperla, eres un fascista o un rojipardo. Si crees en la igualdad entre hombres y mujeres pero opinas que el feminismo actual se está pasando de frenada o que el lenguaje inclusivo es a veces una exageración absurda, serás tildado de machista; si muestras tus dudas ante la autodeterminación de género, serás perseguido y vilipendiado dentro y fuera de las redes sociales.

Pero no hay que desfallecer ni dar ningún paso atrás sino insistir en la defensa de nuestros derechos y de nuestras libertades. Y la mejor forma de reivindicar la libertad es expresarnos libremente. Y que puedan hacerlo también quienes nos lleven la contraria.

Artículo de Gorka Maneiro publicado en Vozpópuli

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