Este despliegue permanente de músculo movilizador, unido a la ferocidad represiva y la potencia atlética, solo conseguida a base de mucho entrenamiento, que demostraba el dictador a la hora firmar sentencias de muerte mientras desayunaba churros con chocolate, tenía absolutamente confundida a la oposición democrática, que creía firmemente que incluso a comienzos de los años 70 se enfrentaba a un régimen fuerte, compacto y excelentemente ensamblado en la sociedad española.