¿Una operación Robin Hood?

El gobierno ha vendido su aún diferida política de reducción del precio de la electricidad mediante la rebaja del coste del gas admitido para el cálculo del precio mayorista como una operación Robin Hood: les quitamos los «beneficios caídos del cielo» a las grandes compañías eléctricas para rebajar a la mitad lo que pagan los hogares humildes que están sujetos al «Precio Voluntario para el Pequeño Consumidor» (PVPC). Aclaremos que los otros, los que tienen contratos a largo plazo en el mercado libre, no van a resultar afectados, al menos de momento.

Sin embargo, a medida que vamos conociendo más detalles, la operación se nos difumina y parece como si Robin Hood se hubiese puesto de acuerdo con el sheriff de Nottingham para reducir el tamaño de la bolsa de manera que una buena parte de ella pudiera quedársela Juan sin Tierra. De entrada, debe quedar claro que el precio del gas no baja y que la diferencia entre su valor internacional y los cincuenta euros que, en promedio, se reconocen para el asunto eléctrico, la van a pagar esos mismos consumidores a los que se dice beneficiar. Se habla de una cifra del orden de 6.000 millones de euros que habrá que sumar al PVPC pretendidamente rebajado. El ministro portugués «do Ambiente e da Açâo Climática» –a quien, según parece, no le gusta mentir– ha dejado claro que la reducción del precio se quedará así en un 18 por ciento y no en el 50 como aquí, en España, sostiene sin enmienda su homóloga Teresa Rivera. Si tenemos en cuenta que, en el último año, la electricidad ha subido un 35 por ciento según el INE, el logro de la operación no es como para echar cohetes. Los hogares acogidos a la PVPC seguirán abonando una energía mucho más cara que la que pagaban cuando empezó todo esto. Además, para más inri, resulta que un tercio de esos 6.000 millones se los van a quedar los consumidores franceses (1.300) y portugueses (800) gracias a las exportaciones eléctricas a esos dos países. Ello, aclarémoslo, a costa de los españoles de menor renta. Si esto no es un embrollo para confundir a propios y ajenos, que venga Dios y lo vea.

Artículo de Mikel Buesa publicado en La Razón

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