Yo sí que voto

Mis padres llegaron a Barcelona en aquellos trenes repletos de “colonos”, como los llamaba la difunta actriz Montserrat Carulla que en paz descanse. Pero no los mandaba Franco ni pretendían “diluir” la cultura catalana”, que decía la ilustre dama. Venían, como tantos otros hicieron desde el resto de España, a trabajar para sobrevivir y, de paso, enriquecer a la burguesía catalana, hambrienta de mano de obra con que poner en marcha sus fábricas. Siempre dieron mucho más de lo que recibieron y murieron sin deber nada a nadie.

Sin embargo, los que se creen amos de la tierra sostienen la reaccionaria teoría ―sorprendentemente avalada por una izquierda adulterada― según la cual nuestros padres y abuelos están en deuda con sus patronos, como si estos les hubiesen regalado el raquítico salario que les pagaban y la casa con tanto esfuerzo adquirida después de muchos años de duro trabajo.

Para los señores de la casta nacionalista, esa deuda no prescribe jamás, se extiende a nosotros, los descendientes de aquellos que llegaron a Cataluña desde el resto de España para enriquecer a Cataluña. Por eso, para agradecer el gran favor que nos hicieron permitiéndonos trabajar para ellos, hemos de renunciar a nuestra lengua, a nuestra cultura, a nuestra identidad, y adoptar sin rechistar sus imposiciones, diluirnos, nosotros sí, en la homogeneidad absoluta de una única lengua, una única cultura y una única nación; solo así es posible ganarse el título de ciudadano catalán y dejar de ser un ñordo, el nuevo insulto, mucho más contundente y escatológico que el antiguo charnego con el que obsequiaban por aquellos años ―hasta bien entrados los setenta― a nuestros padres.

Y casi lo habían conseguido, cuando la prepotencia avasalladora del llamado proceso independentista vino paradójicamente a despertar de su sumisión acrítica a la Cataluña amordazada. Las manifestaciones constitucionalistas del otoño de 2017 fueron un grito de rebeldía, aire de libertad, la voz de los silenciados, orgullosamente alzados, que por fin se hacía oír. Y más tarde una participación espectacular en las elecciones autonómicas obró el milagro de aupar como ganador a un partido constitucionalista y defensor sin ambigüedades de los derechos lingüísticos de los catalanes hispanohablantes.

Pero llegó el desencanto, la constatación de que todo el empuje de la Cataluña constitucionalista y española no había servido para lograr la libertad y la igualdad anheladas, pues todo parecía volver a su cauce acostumbrado, aquel en el que siempre imponía su dominio la casta nacionalista, convertida, para pasmo y desconcierto de ingenuos, en el principal aliado del Gobierno de España.

Para colmo, el maldito virus acabó por hundirnos en la desesperanza. ¿Quién piensa ahora en las próximas elecciones convocadas para el 14F? Parece que hay cosas mucho más importantes que acudir a una cita electoral inoportuna con unos políticos volubles, mentirosos y egoístas. Nuestra salud, nuestra precaria economía, nuestros problemas personales parecen pesar mucho más que la necesidad de conformar un nuevo, pero irremediablemente viejo, gobierno catalán.

Lo sé, lo comprendo y, sin embargo, os digo que quedarnos en casa no es una opción. Votar sigue siendo hoy, como en las pasadas elecciones, un acto ineludible de responsabilidad al que estamos obligados, no por la ley, ni siquiera por la posibilidad de cambiar las cosas, sino por respeto a la memoria de aquellos trabajadores, nuestros padres y abuelos, que levantaron Cataluña con su trabajo y que han sido sometidos y silenciados por una casta totalitaria que pretende robarnos nuestra identidad y humillarnos con su supremacista teoría del agradecimiento. Necesitamos gritar nuevamente que aquí estamos, que no nos vamos, que no callamos y que Cataluña es España por la sencilla razón de que la mayoría de catalanes así lo queremos.

Por eso, si te llaman ñordo, si te repugna que agradan a nadie por llevar la bandera de España, si no te dejan educar a tus hijos en español, si te indignan las multas lingüísticas, si te sublevan los indultos a golpistas, si te ofende el ultraje a nuestra bandera y a nuestro himno, si eres un español catalán, si no quieres que utilicen a Cataluña para hablar en tu nombre, si te rebelas cuando tratan de humillarte; el 14 de febrero votar es para ti un imperativo moral y un acto de supervivencia.

Porque si tú no votas, ellos ganan. Porque si te abstienes, te aplastan.

Artículo de Dolores Agenjo publicado en elCatalán.es

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