Para los señores de la casta nacionalista, esa deuda no prescribe jamás, se extiende a nosotros, los descendientes de aquellos que llegaron a Cataluña desde el resto de España para enriquecer a Cataluña. Por eso, para agradecer el gran favor que nos hicieron permitiéndonos trabajar para ellos, hemos de renunciar a nuestra lengua, a nuestra cultura, a nuestra identidad, y adoptar sin rechistar sus imposiciones, diluirnos, nosotros sí, en la homogeneidad absoluta de una única lengua, una única cultura y una única nación; solo así es posible ganarse el título de ciudadano catalán y dejar de ser un ñordo, el nuevo insulto, mucho más contundente y escatológico que el antiguo charnego con el que obsequiaban por aquellos años ―hasta bien entrados los setenta― a nuestros padres.