18 de septiembre: manifestarse en el espacio público

Con el inicio de curso las gentes (asociaciones cívicas, partidos políticos, y persona afectadas por decisiones emanadas del poder) toman la calle (espacio público: calles plazas, jardines y equipamientos urbanos), para reivindicar sus derechos en base a valores y principios propios. Es el momento en que el espacio público adquiere mayor notoriedad social.

Anticipándose a ello, Sociedad Civil Catalana organizó su excelente y siempre oportuna escuela de verano sobre “La neutralidad institucional, base de la democracia”. En él se habló largamente del espacio público como lugar de representación, como el lugar donde la “sociedad se hace visible” (J. Borja).

El espacio público nos pertenece a todos, a la colectividad de ciudadanos libres e iguales y por tanto es territorio neutral en el que todo el mundo tiene derecho a expresar su opinión, sin más limitaciones que las que provoquen odio o violencia. En eso consiste la democracia.

Con esa convicción hoy, día 18 asistiremos a la manifestación en defensa del Español (que como el espacio público es de todos sin excepción por mandato constitucional) organizada por “Escuela de Todos” que se lleva a cabo en Barcelona de forma democrática y pacífica.

Nuestra manifestación será, sin duda, el polo opuesto a los continuos atentados a la concordia que hemos visto y sufrido en nuestro país, por grupos extremistas que han querido apropiarse del espacio común a todos los ciudadanos.

En el marco de la mal llamada sociedad de la información, observamos la progresiva desaparición del “ágora” griega, lugar de encuentro y deliberación de la “polis”- el lugar de la política- que queda sustituida por nodos dispersos que agrupan a quienes tienen una visión del mundo similar y que se unen puntualmente para expresarse públicamente en la calle.

Los grupos excluyentes (etnias según la denominación empleada por Manuel Delgado) usan el espacio como si de un escenario se tratase. Allí se muestran, exponen sus símbolos propios para diferenciarse de los demás y sacan sus banderas y estandartes, creando, un campo en el que habitualmente (no siempre) “el otro” es vilipendiado por no pertenecer a su casta.

Imbuidos por la creencia de responder a tradiciones inexistentes, no dudan en reescribir su propia historia a base de inexactitudes y tergiversaciones de ella en función de sus intereses para justificarse a sí mismos – ninguna objetividad –  adentrándose sin reparos, en una xenofobia ligada a racismo cultural, mediante “actitudes que provocan que un grupo humano sea objeto de persecución o de un trato humillante por su condición ajena, a una determinada comunidad o país”. Rechazo que, alimentado a menudo por la misma Administración, se extiende al tejido social (San Roman, 1966).

Corresponde a los políticos el orden y cuidado del espacio público, definirlo y hacerlo accesible.  De la misma manera, las organizaciones sociales tienen el derecho a expresar en él sus demandas y propuestas. Sin la participación del Estado y los poderes públicos no es posible un uso democrático del espacio común de la ciudad (Ovejero).

El problema surge cuando el poder público no es neutral, cuando permite la apropiación (que no el uso) del espacio público, la violencia de los grupos, la permanencia de símbolos y banderas excluyentes adoptándolas como propias. Cuando el poder es partidista se producen rupturas, pérdida de civismo y del sentido de pertenencia a una sociedad libre y civilizada.

Haremos notar, la falta, bastante generalizada, de neutralidad del poder en relación con la ciudadanía. Nos referimos a la propaganda institucional que sutilmente ocupa la calle a través de pasquines, mupis, banderolas, monolitos en los que el poder lanza mensajes con la finalidad de imponer sus ideas e indicarnos a los ciudadanos como tenemos que vivir o pensar.

En España, más allá del uso del espacio de todos en fiestas y tradiciones, hemos sufrido esa falta de neutralidad de algunas administraciones, enrareciendo el ambiente de la ciudad, tolerando su apropiación por grupos sociales excluyentes y hasta la violencia, en vez de garantizar el derecho al uso democrático del espacio público, a la tolerancia y al derecho a ejercer como ciudadanos a quienes quieren vivir en la ciudad sin exclusiones. Lo hemos visto en Cataluña, en el País Vasco, en Navarra y en Valencia a través de las representaciones (monolitos) de ese absurdo e inflamado alcalde llamado Ribó. Estamos ante un signo de decadencia de las instituciones y de los poderes público que nos parece intolerable.

Hace escasos días se celebraron los actos conmemorativos de la Diada en Barcelona, donde los grupos, que tradicionalmente la celebraban, no han sido capaces de acordar posturas conjuntas, pronto vendrán las manifestaciones que denuncian la pésima situación económica en la que se encuentran los hogares españoles y ya la de hoy 18 de septiembre en defensa de la libertad, del español que aúna, esta sí, posturas diferentes como la libertad de elección de lengua y la escuela bilingüe, sin olvidar las carpas de Hablamos Español en diferentes ciudades españolas.

Esperamos que se garantice la libre expresión y la seguridad de quienes visibilizamos nuestros principios, evitando cualquier tipo de confrontación con aquellos que pensando de forma diferente, pretenden que la calle sea suya y sólo suya.

Artículo de Fernando Mut publicado en Valenciaplaza

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