Con esos mimbres, avanzar en la solución del conflicto catalán no parece posible. El choque de identidades, conseguido a base de esfuerzo nacionalista para incompatibilizar la identidad catalana con la española y hacer de todo lo español un enemigo externo a derrotar, con la consiguiente fractura de la sociedad catalana, no es fácil de reparar. La soledad de los votantes no nacionalistas por incomparecencia de las instituciones, empezando por la del Estado, que debería defenderles es flagrante. El lento declive económico, social y, sobre todo, moral de Cataluña no parece, hoy por hoy, fácilmente reversible. Pero si una lección podemos extraer de este desastre es que ignorar que las leyes en Cataluña son optativas (por lo menos para los gobernantes nacionalistas) no es una buena idea. Mirar para otro lado cuando se conculca el Estado de Derecho en una autonomía no parece muy buena idea. Los resultados, a la vista están. Quizás podríamos empezar por exigir a todos, gobernantes y gobernados, nacionalistas y no nacionalistas el respeto estricto de las reglas del juego.