Año nuevo, ¿política nueva?

El 23 de marzo de 1914, Ortega y Gasset pronunciaba su conferencia ‘Vieja y nueva política’. En ella, Ortega adelantó el acta de defunción de la Restauración y se comprometió con una nueva política que buscaba estimular la «España vital», una España nueva que se contraponía a la caduca España oficial.

Como explicara Ortega, las sociedades están en constante transición, pero hay momentos críticos, épocas «de brinco y crisis subitánea». El final del siglo XIX y los inicios del XX fueron uno de ellos. El mundo europeo vivía momentos turbulentos, aún más que los actuales: el Estado liberal, organizado políticamente como monarquías constitucionales con una oligarquía burguesa despreocupada de las graves desigualdades políticas y económicas, se tambaleaba. De hecho, recibió la puntilla con la I Guerra Mundial. De las cenizas de aquel régimen se erigieron flamantes repúblicas democráticas que intentaron alcanzar la paz social con el reconocimiento de derechos sociales y laborales. Pero la precariedad económica y la inestabilidad política, con una progresiva polarización que dinamitó los consensos iniciales, abrieron las puertas a que estas democracias terminaran arroyadas por los populismos, fascistas y comunistas. Tras la II Guerra Mundial, el orden europeo volvió a reconstruirse, ahora sobre los pilares del Estado social y democrático de derecho, que nos ha permitido vivir medio siglo de paz y prosperidad.

En los últimos años, los profundos cambios económicos y sociales, de la mano de los avances tecnológicos, han evidenciado la necesidad de revisar nuestro orden político. Y la pandemia actual marcará un hito en este «momento constitucional» ‘in fieri’, como en su día pudo ser la crisis del 98. El problema es que nos ha pillado en mantillas. El mundo democrático anda revuelto, pero hay países que han hecho mejor los deberes, logrando una cierta concertación política para acometer reformas estructurales. Nuestro país, por el contrario, se encuentra políticamente bloqueado, impotente a la hora de forjar consensos, cada vez más polarizado con guerras culturales que quedan muy lejos de los problemas reales de los españoles. Se acusa una progresiva degradación del sistema institucional, colonizado por unos partidos encerrados en sus propias lógicas de poder. Sin olvidar que el no haber sabido afrontar políticamente la organización territorial de nuestro país nos ha sumido en un debate existencial, puramente identitario, que ha derivado en una profunda crisis constitucional tras la insurgencia independentista en Cataluña.

Ante esta realidad, comparto con Ortega que nuestros males no son solo culpa de la clase gobernante, sino que, en realidad, si los gobernantes nos han gobernado mal ha sido porque «la España gobernada estaba tan enferma como ellos». Por ello, esta interpelación a una nueva política nos incumbe a todos. A todos nos concierte aumentar y fomentar «la vitalidad de España» en todas las dimensiones: institucional, social, económica, cultural…

Eso sí, el ámbito estrictamente político sigue siendo fundamental. Y, en él, siguiendo con Ortega, los partidos tienen que volver a conectar con la vida nacional, poniéndose al servicio de la sociedad y alejándose del electoralismo. La nueva política debe ser lo contrario al «grito» y al «simplismo», «que convierten la política en un sicofantismo, en obra de denostación y de insulto». En un mundo complejo hacen falta respuestas complejas. Deliberación pública, en lugar de escupideros virtuales. Necesitamos un parlamento activo. Hay que alejarse de debates estériles –¿monarquía o república? ¿independencia o unidad?– para afrontar los problemas reales, para preocuparnos por «hacer eficaz la maquinaria del Estado» y por «aumentar la vida nacional en lo que es independiente del Estado». Todo lo cual solo es posible si la política capta talento, personas competentes. Ortega invitaba a la minoría intelectual y profesional a enriquecer la política. Añado: dejarla en manos de paniaguados de partido es un suicido colectivo.

Ahora bien, una importante diferencia con lo que postuló Ortega. El objetivo, ahora, no es sepultar un régimen caduco, sino revitalizarlo. Regenerar nuestra política para recuperar sus mejores ideales y reforzar los pilares del 78. De ahí que acoja con especial simpatía movimientos como la España que Reúne o la red Consenso y Regeneración que, como aquella Liga de Educación Política Española que promoviera Ortega, buscan que florezca hoy una España vital.

Artículo de Germán M. Teruel  publicado en La Verdad.

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