Como explicara Ortega, las sociedades están en constante transición, pero hay momentos críticos, épocas «de brinco y crisis subitánea». El final del siglo XIX y los inicios del XX fueron uno de ellos. El mundo europeo vivía momentos turbulentos, aún más que los actuales: el Estado liberal, organizado políticamente como monarquías constitucionales con una oligarquía burguesa despreocupada de las graves desigualdades políticas y económicas, se tambaleaba. De hecho, recibió la puntilla con la I Guerra Mundial. De las cenizas de aquel régimen se erigieron flamantes repúblicas democráticas que intentaron alcanzar la paz social con el reconocimiento de derechos sociales y laborales. Pero la precariedad económica y la inestabilidad política, con una progresiva polarización que dinamitó los consensos iniciales, abrieron las puertas a que estas democracias terminaran arroyadas por los populismos, fascistas y comunistas. Tras la II Guerra Mundial, el orden europeo volvió a reconstruirse, ahora sobre los pilares del Estado social y democrático de derecho, que nos ha permitido vivir medio siglo de paz y prosperidad.