Es momento de que demos un paso adelante pidiendo el compromiso público de quienes han perdido el confortable paraguas de unos partidos que parecen desbocados, excitados por el sectarismo y la irresponsabilidad. Es el momento de rebelarse individual y colectivamente contra la espiral de radicalidad que domina la política nacional. No es el momento de una política minúscula, aguada y sin fuste. Por el contrario, es el momento de defender honestamente los principios de las democracias representativas. Denunciamos el peligro de volver a ensimismarnos en la miseria doméstica, de desatender los grandes retos que tienen todos los países desarrollados, pero muy especialmente del nuestro. Una política extremadamente ideologizada a la derecha y a la izquierda provocará grandes emociones, pero dejaremos de prestar atención a “las cosas” que hacen una sociedad más próspera, más justa y más libre. Vemos lo que sucede a la política española con la resignación de lo que ya hemos vivido, con la indignación que provoca la repetición de los errores que, por nuestra historia, jamás pensamos que se volverían a cometer. No podemos estar alegres ante esta llamada a la confrontación y al frentismo. Alcemos la voz los que seguimos creyendo que la política se debe basar en principios, tener en cuenta los intereses de la sociedad y sus respectivos retos. Hagamos esfuerzos redoblados por recuperar el espíritu de la Transición, la aventura de mejorar España, de fortalecer nuestra relación con nuestros socios europeos y nuestra presencia en el mundo, en unos momentos en los que, según como nos enfrentemos a la revolución tecnológica, a la imparable globalización y la extensión a los últimos rincones de nuestras vidas de la inteligencia artificial, estaremos con los países que progresan o los que quedarán paralizados en los límites de la Historia.