Al margen de posibles responsabilidades legales, el conjunto de la sociedad debe responder a la actitud, al menos pasiva, del equipo de gobierno de la UAB y de la CRUE, así como del Ministerio de Universidades y los responsables autonómicos en la materia. Si nuestro silencio se suma al de las instituciones, seríamos también cómplices de esta progresiva deriva que aleja a nuestra sociedad de los estándares democráticos. Tales estándares son incompatibles con que se prive de la palabra a un colectivo por medio de la violencia tolerada por los poderes públicos y, específicamente, por los órganos de gobierno de las universidades, que asumen una posición de especial responsabilidad en la garantía del ejercicio de todas las libertades, y muy especialmente la libertad de expresión, en los campus universitarios.